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La orientación no puede ser vista como una bifurcación del sistema educativo

Artículo de opinión


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José Manuel Bautista Vallejo; Francisco José Martínez del Pino. Departamento de Educación de la Universidad de Huelva
Insistentemente las reformas educativas proponen soluciones a los problemas del sistema, al menos en teoría eso pretenden. Decimos en teoría porque al entrar en el juego político podemos advertir muchos otros fines, algunos de ellos bien espurios. Pero esta es arena de otro debate.

Las recientes propuestas del Ministerio de Educación español de configurar el último año de la Educación Secundaria Obligatoria (ESO) con un eminente carácter orientador pueden llegar a ser una medida de gran interés sino fuera porque la orientación educativa adolece de muchas falencias en el conjunto del sistema educativo, fundamentalmente en la Educación Secundaria. Vayamos por partes.

Que el sistema presenta una urgente necesidad de revisión para tratar de ordenar la educación media hasta convertirla en un espacio en donde el conocimiento, la docencia y el aprendizaje imperen, es una cosa cada vez más patente que miles de profesores reclaman. Hoy en día abundan los ejemplos caracterizados por la falta de motivación, el desinterés y las graves carencias de conocimientos una vez que egresan los estudiantes. Se trata de un problema de primer orden pues muchos de esos problemas provocan, a su vez, situaciones de conflicto que los profesores son incapaces de resolver, dejando en ocasiones, la cosa por imposible pues entienden muchos de ellos que el sistema y quienes lo dirigen más arriba les han dejado solos frente a esta situación, que tildan como crítica en muchos lugares.

Uno de los efectos de esta situación ha derivado en el llamado malestar docente, aspecto ciertamente preocupante y que ha sido muy estudiado desde mediados de los años ochenta en muchos lugares del mundo. Los problemas se repiten y los efectos de los mismos han provocado muchas bajas entre los profesores que se ven impotentes para resolver los problemas por sí mismos.

Una vez que podemos llegar a un acuerdo sobre la existencia de determinados problemas como los descritos (advertimos que no siempre ha sido así, al menos en nuestro país, pues se destaca la disparidad en el análisis y las conclusiones a las que pueden llegarse, es decir, no hay en España tradición en donde las fuerzas pedagógicas y políticas caminan al unísono en el diagnóstico de los problemas que aquejan a la educación secundaria, ni mucho menos en cuanto al desarrollo de las medidas que abordarán los problemas y que no pueden pretender otra cosa que la solución de los mismos).

Esta carencia de nuestro sistema y de nuestros gestores puede verse contrarrestada con la situación de otros países, como el caso de Irlanda, en donde determinados informes de diagnóstico y propuesta de medidas de intervención sobre los problemas tienen una buena aceptación por la mayoría, siendo un elemento clave para la solución de los mismos. El caso que comentamos es el del llamado "School matters: report of the Task Force on Student Behaviour in Second Level Schools 2006". Encargado por el Ministerio de Educación irlandés y dirigido por la Dra. Maeve Martin, investigadora de gran prestigio de la National University of Ireland Maynooth (NUIM), el Informe analiza el contexto social cambiante en el que operan las escuelas, la evolución institucional, la cuestión de los trastornos de conducta y cómo afectan estos comportamientos en la enseñanza y el aprendizaje; se estudia también el ethos de la escuela y la cultura, la comunidad escolar, las iniciativas de la escuela, etc. Finalmente hay recomendaciones sobre todos los elementos intervinientes: alumnos, profesores, familias, política curricular y educativa, didáctica, etc.

Con este enfoque y estas características este Informe se ha hecho de respetar, cosa fundamental para que el seguimiento sea completo y pueda gozar de buena salud la intervención del conjunto de instituciones y agentes intervinientes.

¿Cuál es la situación en nuestro país? No nos equivocamos si afirmamos que faltan un certero diagnóstico y pertinentes programas de intervención, en donde el rumbo fijo y la aceptación de la mayoría eleven la cuestión hasta el éxito. Es necesario porque grandes capas de la sociedad, los jóvenes, se ven privados de un sistema enfocado al aprendizaje y con la suficiente capacidad orientadora como para que se asegure una salida a la mayoría de los intereses manifestados por estos jóvenes. Esta es la verdadera apuesta por la diversidad, lógicamente en la apuesta continua por asegurar que la mayoría es atendida en la conveniencia de su realidad personal y educativa, así sí puede aspirarse a la calidad.

¿De qué forma puede ayudar la orientación educativa? La orientación educativa, como acción formativa necesaria que ha de integrarse en el proceso formativo, puede servirnos de gran ayuda en los procesos de innovación y cambio. Pocas son las plataformas que, desde la institución escolar, pueden afrontar al unísono actuaciones que se dirijan al alumnado, profesorado y a las familias. Evidentemente, para que una intervención formativa sea rentable debe afectar a los grupos de personas que, de forma directa o indirecta, han de implicarse en el logro de los objetivos planteados. ¿De qué nos sirve extremar las atenciones didácticas para con el alumnado si descuidamos o desatendemos las acciones orientadoras dirigidas al profesorado y a las familias?

Es más que necesario que el carácter orientador y hasta bifurcador del último año de la ESO no sea entendido como una nueva forma de separar a los que van a un sistema en donde el conocimiento es la pieza clave, entiéndase por esto el Bachillerato, de otro en donde las competencias más instrumentales garantizan la relevancia del mismo, sea así la Formación Profesional. Más allá de la salida digna que todo alumno tiene que recibir del sistema que pagamos entre todos, hay que entender que ambos deben aspirar a lograr de nuestros alumnos personas y profesionales con conocimientos, habilidades, destrezas, valores y otras responsabilidades para garantizar no sólo la mejor de las inserciones socio-laborales sino, además, la posibilidad de que todos contribuyan de la mejor forma al bien común social. Para esto debería plantearse la reforma, ésta y todas.

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