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Sistema educativo y crisis socioeconómica
Artículo de opinión
En los centros escolares se nota la crisis, se está notando, y mucho. Por ejemplo, el desempleo se ha ido extendiendo en estos últimos meses entre las familias del alumnado. Escuchamos hablar de dificultades económicas, de cómo entre todos y todas han de organizarse para llegar a fin de mes: madres que ahora han vuelto a ser empleadas domésticas por horas, que hacen comida a domicilio o arreglos de ropa. También el alumnado nos cuenta que en casa han de apretarse más, pues tienen hermanos o hermanas mayores que han vuelto a casa después de haberse emancipado y alguno ha regresado con sobrinitos, ¡menos mal que nuestra cultura mediterránea sigue otorgando un gran valor a la familia!
Todas estas circunstancias afectan en la cotidianeidad de los centros y por ende, a los alumnos y alumnas, por tanto, en las comunidades educativas hemos de ser especialmente sensibles a ello, también los profesionales de la orientación. Por ejemplo, en este momento socioeconómico resulta más complicado recomendar un refuerzo educativo particular al margen del centro, pues sabemos que hay familias donde no hay presupuesto para ello, al igual que es difícil insistir en la idea de que cada alumno o alumna debe estudiar a solas en su habitación, pues ahora no queda más remedio que compartirla.
Por todo ello, ahora corresponde más que nunca que la administración pública se implique. Es importante que se pongan en marcha recursos como los programas de refuerzo en los centros en horario de tarde, como el de "acompañamiento" en Andalucía. Asimismo, es importante que se amplíe el horario de apertura para que el alumnado y sus familias puedan hacer uso de las instalaciones de todo tipo: biblioteca, patios de recreo, gimnasio, etcétera.
De índole más profunda, es necesaria la implicación del sistema educativo en otros aspectos en momentos de crisis socioeconómica, nos referimos al esfuerzo por la equidad y la igualdad de oportunidades.
En bonanza socioeconómica, el alumnado que abandonaba prematuramente el sistema educativo encontraba trabajo sin problemas en sectores como la construcción y la hostelería. Igualmente, este alumnado podía cualificarse profesionalmente inscribiéndose como desempleado o desempleada y cursar formación profesional ocupacional, sin dificultades. Sin embargo, en la actualidad, ambas opciones tienen pocas posibilidades de prosperar. En estos momentos, con un desempleo creciente, los más débiles en el mercado laboral son quienes menos cualificación profesional tienen y por otro lado, estos jóvenes, actualmente en el paro, apenas tienen hueco en la formación profesional ocupacional, que está saturada, muy saturada.
En momentos de crisis socioeconómica, una administración educativa comprometida con su sociedad, debería apostar por la cualificación de todas las personas, por acoger en las aulas el mayor tiempo posible al alumnado para proporcionarle la mayor formación para alcanzar el mejor desarrollo de las competencias y potencialidades de cada persona, dedicándose especialmente a compensar las dificultades de partida de algunos sectores, debidas a su origen social, a su salud o a sus capacidades, entre otras.
Los profesionales de la orientación se sitúan en este contexto, es decir, al lado de las personas con más dificultades y de sus familias, por ello, es especialmente importante que en momentos de crisis socioeconómica, su implicación se multiplique para superar el reto que supone hacer orientación académica y profesional en un contexto tan descorazonador como el que ahora vivimos.
Es necesario escuchar a las familias y analizar cuál es su actual coyuntura para hacer una orientación ajustada a la realidad de las personas. Asimismo, es fundamental velar por la prevención del abandono prematuro y por que el alumnado desarrolle sus competencias y se cualifique profesionalmente. Sin embargo, los profesionales de la orientación forman parte de un sistema educativo con recursos limitados y en ocasiones, los orientadores y orientadoras nos encontramos recomendando opciones académicas y profesionales que apenas están disponibles. Ahí es donde tiene que implicarse más la administración educativa, en proporcionar más plazas para el alumnado en programas de refuerzo y/o acompañamiento, en programas de cualificación profesional inicial, así como en ciclos formativos de grado medio y superior.
También es necesario que el alumnado con más dificultades, obtenga del sistema educativo la posibilidad de compensarlas. Para ello, es preciso que el aprendizaje desarrolle las competencias básicas en el alumnado para desenvolverse en la vida como ciudadanos y ciudadanas que sepan convivir. Pero este tipo de proceso de enseñanza-aprendizaje precisa un profundo cambio de mentalidad de todo el sistema educativo y también recursos, ordenadores también, pero sobre todo, es necesario que baje la ratio y que se aumenten los recursos humanos para que en los centros haya más presencia de orientadores y orientadoras en educación infantil y primaria, más profesionales de la pedagogía terapéutica, la educación social y el trabajo social, para prevenir el fracaso escolar y apoyar a las familias.
Esta crisis es más que económica, es socioeconómica, pues estamos viendo que nuestro modo de vida es insostenible no sólo en lo referido al sistema económico y productivo, sino al sistema social en cuanto a la convivencia entre las personas, aumento de las desigualdades, tercer mundo, inseguridad, terrorismo, consumismo, medioambiente…
Es necesario plantearse nuestro actual modo de vida en la sociedad occidental y decididamente trabajar los valores en el sistema educativo, no sólo con programas educativos, sino en la cotidianeidad, con el ejemplo, implicación y compromiso de los profesionales del sistema educativo.
El modelo educativo del siglo XIX, actualmente imperante en nuestros centros no se superará por muchos recursos tecnológicos de que se doten las aulas, mientras no se produzca un profundo cambio en la mentalidad de las personas responsables del sistema educativo, tanto en las aulas como en los despachos y comprendan que sin un sincero compromiso social no podremos hacer la educación necesaria para el siglo XXI.
Bibliografía
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GIROUX, H. (1990). Los profesores como intelectuales. Hacia una pedagogía crítica del aprendizaje. Madrid: Paidós MEC.
SCHÖN. D.A. (1992) El profesional reflexivo. Cómo piensan los profesionales cuando actúan. Barcelona: Paidós
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