La crisis económica está impactando profundamente en la sociedad. Empezó en 2008 como un socavón financiero internacional. Le siguió la reducción del crédito a particulares y empresas. Después aparecieron de forma evidente las debilidades propias de la economía local basada en la construcción y ahora nos sitúa en una reducción del consumo y, lo que es más preocupante, de la confianza de los ciudadanos en el futuro.Ello ha conllevado que podamos llegar sin dificultad a los 4 millones de parados en España, es decir, una de cada cinco personas en edad activa y a la destrucción de centenares de empresas e industrias y a la reducción del PIB.
No todo se hunde. Hay sectores como el tecnológico, los servicios a las personas o las energías renovables, por poner tres ejemplos, que compensan, junto con otros, la pérdida de inercia del sector de la construcción o de la industria tradicional de poco valor añadido. La industria de la economía sumergida tampoco está en crisis.
La población desempleada ha comprendido rápidamente que la actitud pasiva de esperar una oferta de empleo no era de recibo y han combinado la búsqueda activa de trabajo con una inversión de tiempo en formación. Un 67% de los candidatos que buscaban empleo a través de la empresa Randstad afirmó a través de una encuesta realizada hace pocas semanas que estaba pensando en mejorar su cualificación para hacer frente a la crisis.
La realidad es que actualmente disminuye el abandono escolar. Que aumentan las matrículas en la formación profesional e incluso, en la universidad, que estaba en caída libre desde hace una década. Los cursos para desempleados están más llenos que nunca y los programas de formación continua también.
Los portales de formación notamos un aumento de la audiencia y del interés en matricularse en algún curso. Los municipios y comunidades autónomas apuestan cada vez más por la orientación académica y profesional.
La crisis económica ha trastocado muchas cosas que ya no serán nunca más como antes. Pero parece que la ciudadanía apuesta por la formación como su puesta a punto para la sociedad del conocimiento en la que deberíamos penetrar lo más profunda y adecuadamente posible.
Los países que han hecho los deberes ya detectan brotes verdes. Confiemos en que nuestros representantes adapten la legislación y apliquen unas políticas públicas que consoliden el interés de los ciudadanos en mejorar sus competencias y progresar profesionalmente.
Enric Renau Editor
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