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El paro juvenil no es inevitable en tiempos de crisis
Editorial
Modelo productivo, legislación y actitudes y valores individuales y de las empresas son claves para entender porqué en algunos países el paro juvenil es tan elevado y en otros no. Y por supuesto, el éxito o fracaso del modelo educativo, en especial de la lucha contra el abandono escolar y la inversión en formación profesional.
¿Por qué sucede este fenómeno? Hay varias explicaciones complementarias.
La primera y, a mi modo de ver, básica, tiene que ver con el modelo productivo de cada Estado. En un país como España donde la economía se fundamenta en actividades de poco valor añadido y por tanto poca inversión formativa como son la construcción, el turismo y la restauración (bares y restaurantes), las barreras de entrada y salida del mercado laboral son muy pequeñas. Cuando hay demanda se contrata a destajo sin importar en exceso las competencias de los jóvenes trabajadores y cuando el mercado afloja, el despido de un empleado no significa gran cosa para la empresa. Por eso, aunque fuera de forma coyuntural, muchos jóvenes abandonaron sus estudios para insertarse en el mercado de trabajo, especialmente, si provenían de familias inmigrantes que tenían que construir una nueva vida, con las exigencias económicas que ello comporta a todos sus miembros.
En cambio, en los países con menos paro, el sistema educativo y las propias empresas invierten tiempo y dinero en preparar a sus jóvenes para que sean competentes en actividades cada vez más sofisticadas y en las tecnologías más punteras. Las empresas, por lo tanto, prefieren reducir sus beneficios a corto plazo y mantener a sus empleados jóvenes pero preparados en una formación profesional sólida y exigente, pensando en el medio plazo.
Además del modelo productivo, las legislaciones de cada país permiten que estos factores se reproduzcan. Y el discurso político y sindical ampara que no haya un verdadero cambio de modelo. A los empresarios les sale más a cuenta jubilar anticipadamente y despedir a los nuevos -aunque estén capacitados- que a los de las edades intermedias. ¿Pero la sociedad lo tendría que permitir? ¿A costa de la seguridad social de los mayores, de la precariedad y la no emancipación en los jóvenes?
En el caso de los jóvenes, ¿no tendría más sentido estimular su formación dentro de la empresa -aunque sea con un apoyo gubernamental- antes que facilitar su despido con una indemnización barata? Parece que en ciertos lugares preocupa más la protección de los derechos del parado que la generación o mantenimiento del empleo.
Dicho esto, no puedo dejar de señalar que está también el papel de cada persona, hombre y mujer, joven o mayor, en su actitud hacia la formación y el empleo. Está más que demostrado que hay una correlación entre estudios y competencias y desempleo y desarrollo profesional.
El esfuerzo de hoy en los estudios y en el aprendizaje dentro de una organización es una inversión personal de futuro para el joven y, en realidad, para la empresa que pueda invertir en él o ella.
Pero este esfuerzo individual se hará si uno cree en su futuro y se orienta adecuadamente. Este esfuerzo lo hará una empresa si valora a sus empleados y hace de ellos el principal activo para su mejora permanente.
Enric Renau Editor
editor@educaweb.com
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