Y tienen toda la razón.
La formación a distancia, en general, y la on-line, en particular, tienen algunas ventajas prácticas que, en tiempos de crisis, pueden ser decisivas, en el momento de escoger una modalidad de formación.
La primera, es el ahorro de tiempo y coste de desplazamiento hasta el centro de estudios o, si es el caso, la empresa. La capacidad de organizarse uno su propio horario, permite también, gestionar el tiempo y conciliar las tareas familiares y profesionales.
La segunda ventaja es que, habitualmente, los contenidos de los créditos y las materias complementarias vienen muy bien estructurados y especificados, pues no dependen tanto del estado de humor o el perfil del tutor como en una clase presencial. La respuesta académica es más estable. Quizás menos brillante, quizás más regular.
Sin embargo, para que la formación a distancia funcione, como decíamos, prima la motivación del alumnado. La apuesta por la formación nunca puede ser improvisada y cíclica. Si la formación es a distancia, el trabajo tiene que ser constante, al ritmo que uno pueda, pero continuo. Tiene que existir un compromiso individual y una cierta autodisciplina para no "dejarse ir”, no perder el ritmo y dejarse distraer por otras atracciones o compromisos vitales.
En este sentido, el papel del docente y de las redes sociales-académicas es central. El tutor tiene que animar, apoyar y anticipar problemas al alumno, no convertirse en un mero gestor de una matrícula pagada, sino el guía de alguien que confía en él.
Las redes tienen su rol, porque ayudan al alumno a no sentirse sólo en el universo del conocimiento empaquetado en forma de créditos. Las redes ayudan a compartir dudas, opiniones, intereses, ilusiones a la comunidad que ha confiado en un centro de formación.
Enric Renau
Editor
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