Aunque esta utopía no se ha cumplido prácticamente nunca, la ventaja de vivir en una sociedad plural y democrática es que existe libertad de expresión y de creencias así como la separación del Estado y la religión.
Señalo este aspecto por que estos valores y principios no son respetados en muchos países y culturas autoritarios de izquierdas o derechas, populistas o integristas. Hecho que impide la supervivencia de las religiones, las ideas o las lenguas que no son oficiales y, normalmente, coarta las libertades y anula las identidades diferenciales.
La imposición cultural, religiosa o política ha existido toda la vida. Sería ingenuo no asumirlo. En España no hace ni cuarenta años que dominaba la vida política. Por fortuna, hemos avanzado, acercándonos a las democracias europeas.
Son destacables los profundos cambios demográficos y sociológicos sucedidos en las últimas décadas. Por un lado, se ha producido un incremento sin par de la población inmigrada, algo especialmente evidente en el ámbito escolar. Por otro, las encuestas demuestran un proceso de secularización impresionante, en parte como rechazo hacia la etapa franquista anterior.
En la actualidad vivimos en un contexto que valora más la adecuación a la nueva diversidad cultural debida a la inmigración que el aprovechamiento de la tradición cultural histórica en clave de los tiempos modernos.
Mi opinión, es que debemos aprovechar las dos dinámicas, conscientes de la dificultad de conjugar la valorización de la propia cultura, sin tapujos, con las ganas de aprender de nuevas cosmovisiones.
Por un lado, la existencia de alumnos de otras culturas debería servir para enriquecer nuestra perspectiva del mundo. Determinadas materias como las ciencias sociales (geografía, historia) pueden plantearse de forma apasionante y positiva para alcanzar un mundo mejor.
Por otro lado, los valores de la tradición judeo-cristiana, que han definido nuestra cultura, sociedad y economía, deben aprovecharse al máximo. El bagaje que representa esta tradición, cuna de la democracia y de la ilustración, su aportación a la filosofía, al arte, a la música, al derecho, o a cualquier otro ámbito de la sociedad, no pueden ser denostados por el simple hecho que provienen de unos contextos donde la iglesia oficial actuó como paraguas ideológico de gobiernos autoritarios.
Me gustaría que se aprovechase este momento de perplejidad general para darle la vuelta al asunto. Sin dogmatismos religiosos ni laicos. El aprendizaje de las religiones, con un énfasis especial en la cristiana, no tiene porqué ser sólo patrimonio del ámbito privado, de las familias. ¿Por qué en los centros públicos no podría ser de interés la perspectiva religiosa, desde los distintos puntos de vista? ¿Por qué en los centros católicos no se puede incorporar el conocimiento de otras religiones?
La escuela podría ser un buen escenario dónde superar antiguas disputas, aunque tengo serias dudas que esto sea posible.
Enric Renau
Editor
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