Con la irrupción del "nuevo capitalismo”, en el último cuarto de siglo pasado, la concepción del trabajo cambió radicalmente. El mercado laboral se flexibilizó por parte de la legislación y la actuación empresarial, pero también por los intereses de los profesionales. Los ajustes de plantilla y la deslocalización, por parte corporativa y la movilidad interempresas y la desimplicación del empleado con la organización generaron un mercado laboral transitorio, cortoplacista y, en cierta medida, egoísta, donde los trabajadores eran costes y las horas productivas, la unidad de medida de la salud de una empresa controlada por financieros que, principalmente, debían asegurar una rentabilidad de dos dígitos a los socios. Los empleados debían reinventarse mediante la formación continua y la adaptación a nuevas necesidades definidas de forma centralizada en alguna parte del mundo. El "trabajo líquido” diría Zigmunt Bauman.
La crisis financiera y, posteriormente económica, especialmente de algunos sectores como el inmobiliario y el de la construcción, ha trastocado, por completo, el sentido de la relación entre la empresa y el trabajador.
Por un lado, una crisis como la actual deshinchará los globos económicos con mayor velocidad y aleatoriedad que el crecimiento meteórico de algunas carreras profesionales poco basadas en la moral del esfuerzo permanente y de la solidaridad entre colegas. Pesimismo comprensible, el suyo, pero consecuente.
Por otro lado, habrá quien se plantee si la obsesión por el crecimiento ha compensado los sacrificios realizados, vistos algunos resultados personales. Los profesionales, particularmente, se estarán preguntando si la empresa en la que trabajan los valora suficientemente o no. Si son piezas indiscutibles por sus competencias y aportaciones o pueden ser descartados con facilidad como un coste menos.
Algunos de ellos, los mejor preparados y con una actitud vital y profesional más valiente, viendo como reacciona la propia organización donde trabajan ante un período de incertidumbre, pueden considerar el seguir, si ésta apuesta por el futuro o, simplemente, hay una mejor alternativa fuera de la dinámica pesimista de la empresas que no confían en su futuro.
Finalmente, hay otros dos tipos de perfiles importantes a no desdeñar: Aquellos que no viven en un sector en crisis -que los hay- y aquellos que han conseguido el privilegio de trabajar en la administración pública, con una plaza estable de por vida.
Los primeros deberían ser los artífices del nuevo desarrollo, a poder ser, más sostenible, responsable socialmente y basado en el conocimiento y la innovación y no en el cemento y la subvención.
Los servidores públicos deberían ser conscientes que la fortuna -merecida - de tener un lugar de trabajo estable para toda la vida no debe convertirse en un argumento para ejercer la presión corporativa cuando un buena parte de la sociedad tiembla de nervios por su futuro laboral.
Enric Renau
Editor
editor@educaweb.com
Opina sobre este tema en nuestro Foro |