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Opositar en tiempos de crisis

Editorial

Opositar no sólo debe ser un acto para conseguir estabilidad laboral. Opositar debería ser un proceso en el que se acredite que una persona tiene las competencias específicas y transversales, las habilidades y las actitudes para prestar un servicio público de forma adecuada y a lo largo del tiempo, pensando en el bien común y no en los privilegios corporativos.


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Enric Renau. Editor
Trabajar en la función pública tiene, a priori, como objetivo personal vocacional y profesional el servicio público, es decir, el prestar un servicio a la comunidad a través de las instituciones públicas.

En la Europa occidental de hoy en día, hay profesiones y ocupaciones que, preferentemente, se pueden ejercer si las proveen el Estado y las distintas administraciones e instituciones que lo componen

Las tres M para empezar: Maestros, Médicos y Militares, ejemplifican, en cierta manera, a todos los colectivos que, en muchos casos, no tiene más alternativa que opositar. También debería señalar, como mínimo, la J de jueces.

Maestros equivaldría a todas las profesiones relacionadas con la educación y la investigación. Médicos lo podríamos relacionar con las ocupaciones socio sanitarias no sólo del ámbito de la salud, sino también de los servicios sociales. Militar serviría para denominar a todos los cuerpos y fuerzas de seguridad, incluyendo los bomberos, guardas forestales etc. Jueces sería el término para describir las profesiones relacionadas con la justicia y el derecho.

También es cierto que no todos los países y comunidades autónomas organizan su estado del bienestar y su economía a partir de la preeminencia de la administración pública. Los países liberales, encabezados por el mundo anglosajón, o las autonomías donde la sociedad civil históricamente se ha autoorganizado, o donde las empresas han tomado alguna iniciativa, tienen profesionales de la salud, la educación o los servicios sociales que no son funcionarios. España ha optado, mayoritariamente, por la función pública como camino al ejercicio profesional en estos campos, al estilo francés.

Señalo estos aspectos porqué en nuestro mundo opositar y, por lo tanto si se aprueba, conseguir una plaza pública, permite otro hecho: conseguir una plaza de por vida en la función pública, lo que conlleva una serie de ventajas e inconvenientes.

Entre las ventajas de la función pública está la idea de la seguridad laboral y del la mayor facilidad de conciliar la vida profesional y familiar. Por ello, y por los estereotipos históricos, hay una mayor preeminencia de mujeres en la función pública.

En tiempos de crisis la necesidad de seguridad crece exponencialmente, especialmente cuando se anuncian despidos masivos en algunas industrias o empresas de servicios y, por supuesto del ramo de la construcción.

Autónomos que no tienen suficientes pedidos, despedidos por regulación de empleo, jóvenes formados o no, que no consiguen su primer empleo deben pensar en la comodidad de un lugar de trabajo indefinido de por vida.

Por eso, opositar no sólo debería ser un acto para conseguir estabilidad laboral. Opositar debería ser un proceso en el que se acredite que una persona tiene las competencias específicas y transversales, las habilidades y las actitudes para prestar un servicio público de forma adecuada y a lo largo del tiempo.

Por eso las oposiciones no deberían ser el último escollo para estancarse profesionalmente y para toda la vida. sino el primer filtro para certificar la capacidad para educar, curar, atender, informar o proteger a los ciudadanos o gestionar las instituciones públicas locales, autonómicas y central.


Enric Renau
Editor
editor@educaweb.com





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