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Una mirada al "mago sin magia”. De la orientación al asesoramiento psicopedagógico en la escuela
Artículo de opinión
La paradoja a la que hacía referencia era, y es, la tendencia del sistema escolar de reducir las dificultades educativas a dificultades del alumno o la alumna y depositar en alguien la responsabilidad de cambiar "mágicamente” esas dificultades. La institución escolar no tiene, así, necesidad de cuestionar su propio funcionamiento y el "mago” se convierte en cómplice del mismo. Si su intervención consigue el cambio deseado en la persona con dificultades, legitima el modelo de trabajo. Si no lo consigue, él es el responsable de su propia incompetencia, lo cual protege a la institución de cualquier necesidad de cambio.
Desde este modelo de trabajo, es fundamental la claridad en las funciones que otorgamos a los profesionales que intervienen en los procesos educativos, para evitar perpetuar esa paradoja y para no reducir el discurso educativo a la búsqueda de culpables o a la justificación de la resistencia al cambio del sistema.
La función orientadora de la escuela
La etiqueta "orientador” también forma parte del sistema y comporta riesgos. La función orientadora no es específica de algunos miembros de la comunidad educativa. Orientar a los alumnos y alumnas para ir definiendo su proyecto académico, profesional o vital es responsabilidad de todo el sistema educativo y éste ha de poner todos sus recursos humanos y materiales al servicio de esa finalidad.
La tentación de dejar esta responsabilidad en manos del "orientador” o de los tutores equivale a diluir la responsabilidad educativa del resto de la comunidad educativa y a eludir el encargo institucional de preparar para la vida (actual y futura).
Cada vez más, investigadores y profesionales proponen sustituir la etiqueta "orientador/a” por otras que definan mejor el papel del psicólogo, pedagogo o psicopedagogo en la escuela. Si la importancia de la etiqueta es relativa, no lo es el modelo de trabajo que en ella subyace. Por eso, identificar al "orientador/a” como "asesor/a psicopedagógica” está implicando, para muchos equipos, una revisión exhaustiva de su función y de sus estrategias de intervención.
La función de los asesores psicopedagógicos
¿Cuál es la función hoy de los asesores psicopedagógicos en la escuela y cuáles las actuaciones cotidianas en las que ésta se traduce?
Mi aportación, en este caso, nace de la experiencia de casi una década como coordinador del servicio de asesoramiento psicopedagógico en una escuela de secundaria postobligatoria, más que de mi condición de investigador, docente o directivo en la universidad.
El asesoramiento psicopedagógico en la escuela ha de contribuir a la mejora cualitativa de los procesos de enseñanza/aprendizaje. El asesor o asesora, desde dentro o desde fuera de la escuela - en ambos casos encontraríamos ventajas y riesgos-, es un profesional que mantiene a la escuela vinculada a los avances de la investigación psicoeducativa y que colabora en la búsqueda de estrategias para hacerlos efectivos en el desarrollo global del proyecto educativo y en la aplicación cotidiana en el aula, el taller o el patio. Fruto de ello, también contribuye a la búsqueda de estrategias para afrontar las situaciones de conflicto o dificultad que surgen en el proceso educativo.
Como asesor del sistema, su papel es ampliar al máximo el foco de intervención. Un suspenso generalizado en una materia se puede intentar resolver con medidas compensatorias para esos alumnos (por ejemplo, proponiendo clases particulares) o puede ser una situación cuyo análisis nos dé pistas para mejorar el sistema de evaluación del centro, la metodología docente o la formación del profesorado. Un caso de consumo de hachís en los lavabos puede ser afrontado con una sanción al consumidor o puede también llevarnos a revisar y actualizar el sistema normativo, la acción tutorial o la coordinación con los servicios de salud de la zona.
Resolver un caso particular tranquiliza al sistema escolar, pero, en función de cómo se haga, también puede inmovilizarlo. El asesor ha de ser un investigador de las posibilidades de mejora de la escuela y un facilitador del cambio. A la vez, ha de ser respetuoso con los ritmos y directrices marcados por los órganos de decisión de la escuela y comprensivo con las lógicas resistencias al cambio que se generan.
Esta función se concreta en la intervención en diferentes ámbitos:
- Asesoramiento a los órganos de dirección y gestión del centro:
La intervención del asesor en este ámbito es una garantía de esa ampliación del foco a la que me he referido. También es el ámbito más complejo y con más riesgos para el asesor. La coherencia del proyecto educativo, el diseño y evaluación del plan de acción tutorial, el sistema normativo, el funcionamiento de los equipos, la formación del personal, la gestión de los recursos humanos o la implantación de un sistema de calidad en el centro tienen dimensiones psicopedagógicas a cuya coherencia puede contribuir el asesor.
En la práctica, se traduce en la presencia del asesor en equipos directivos y de coordinación y en el asesoramiento a directores o coordinadores académicos.
- Asesoramiento al profesorado (como docentes y como tutores):
Si la organización escolar pone el marco que permite desarrollar el potencial orientador de todos los miembros de la comunidad educativa (directivos, profesores, personal de administración y servicios, alumnos y familias), es evidente que, en la práctica cotidiana, los profesores y profesoras son piezas clave de este engranaje.
El asesor puede contribuir a la mejora de la calidad docente y tutorial con su intervención en equipos de profesores y tutores o respondiendo de manera individual a sus demandas de asesoramiento. Las relaciones con los alumnos y las familias, la metodología docente, la elaboración de material didáctico, la planificación de la evaluación de las materias, la atención a la diversidad, la evaluación y promoción del alumnado o la reflexión, formación y manejo de la satisfacción profesional de los propios profesores son áreas en las que el asesoramiento psicopedagógico puede enriquecer la práctica docente y tutorial.
Las estrategias que el asesor utilice en este ámbito pueden ser clave para que el profesorado lo vea como un "teórico entrometido que vive en el limbo ingenuo de los que no se agotan en el cuerpo a cuerpo con alumnos y familias” (caricaturizo, obviamente) o, por el contrario, como un apoyo bienvenido que anima a la mejora profesional y colabora en la búsqueda de estrategias válidas para que ésta se produzca.
- Asesoramiento al alumnado y a sus familias:
La imagen social del "orientador” que todavía hoy proyectan, por ejemplo, algunas series de televisión, se ajusta a un modelo de intervención directa con alumnos y familias y de marcado carácter corrector o terapéutico. Afortunadamente, la práctica profesional del asesor se dirige, cada vez más, a situar la intervención grupal o individual de los asesores psicopedagógicos con alumnos y familias en el continuo de la acción orientadora y educativa de la escuela, cuyos referentes fundamentales son, en general, los tutores.
El asesor no es ya, como describía esa clásica analogía mecánica, el encargado de "reparar” a los alumnos "averiados”, que pasaban a ser, para tranquilidad de tutores, padres y profesores, competencia suya. Encargar al "experto en conducta humana” el "caso” les liberaba de responsabilidad, pero tenía el efecto perverso de confirmar su incapacidad para resolver algunas de las situaciones complejas que su tarea implica.
El papel del asesor consiste, por el contrario, en incrementar el potencial educativo de padres y tutores. Esto implica, en ocasiones, intervenir directamente con los alumnos; pero, en general, esta es una intervención complementaria y coordinada con el asesoramiento a tutores, profesores y familias.
Una parte importante de los problemas que afectan a niños y adolescentes se construye en las relaciones con sus educadores y con sus iguales y son los cambios en esas mismas relaciones los que pueden contribuir a su solución.
Este mismo análisis es aplicable a la práctica orientadora. Tutores, compañeros y familias tienen una influencia decisiva en la definición del propio proyecto vital, académico o profesional. Más que entrevistarse uno a uno con los alumnos de la escuela (cosa, por otra parte, inviable en algunos contextos), el asesor psicopedagógico ha de centrar sus esfuerzos en la mejora de la capacidad orientadora de esos agentes.
Este planteamiento, insisto, no es incompatible con la actuación directa del asesor o asesora en determinadas situaciones, ni tampoco con su papel de interlocutor con otros profesionales de la red social o sanitaria que intervengan con esos alumnos o familias.
Así pues, hay vida en la escuela más allá de los simplificadores debates públicos que a veces promueven los medios de comunicación o la batalla política. Y, en esa vida, los diferentes profesionales que intervienen intentan poner sus conocimientos y habilidades al servicio de una educación de calidad. También es el caso de los asesores psicopedagógicos. Investigación, trabajo en equipo, tiempo, lucidez, formación, paciencia, capacidad de aprender con los errores… esa, y sólo esa, es su "magia”.
Algunas referencias bibliográficas:
Selvini, M. El mago sin magia. Barcelona. Paidós.1986.
Fiorenza, A. y Nardone, G. La intervención estratégica en los contextos educativos. Barcelona. Herder. 2004.
Monereo, C. y Pozo, J.I. (coord.) La práctica del asesoramiento educativo a examen. Barcelona. Graó. 2005.
Longás, J. y Mollà, N., (coord.): La escuela orientadora : la acción tutorial desde una perspectiva institucional. Madrid. Narcea.2007.
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