En cambio, la sociedad percibe a los maestros y maestras como unos profesionales con buenos horarios y vacaciones largas, muchos de ellos con un empleo estable y seguro, que permite conciliar la vida laboral con la familiar y con unos usuarios -los niños y niñas- que, aunque intensos de tratar, son muy agradecidos con la tarea docente.
Si el valor de ser maestro/a pasa por esta ecuación -bajo sueldo-seguridad-conciliación y poco prestigio social-, no vamos bien.
La resolución de la ecuación la tienen que resolver los propios maestros, porque la fórmula exterior -legislación y motivación política- se ha demostrado ineficaz sin la implicación de los docentes. No digo que no sean necesarios varios cambios jurídicos y en las políticas públicas, sino que éstos se producirán más probablemente si existe voluntad de cambiar por parte de los implicados.
En este sentido, la formación universitaria, se convierte en piedra de toque. Varias propuestas de calado se presentan en este magnífico monográfico que pueden facilitar una transformación del sentido de la profesión y una actitud sincera de mejora.
La dignificación de la profesión pasa, inicialmente, por un proceso de selección en los estudios de grado en magisterio y de postgrado en las distintas especialidades previstas. Una evaluación teórica y práctica exigente de los estudiantes, también es deseable, por mucha presión que realice el sistema educativo.
También sería deseable que se incorporaran al mundo de la docencia en las áreas de especialización los mejor preparados, más aptos y más motivados, no aquellos que no han accedido a otro ámbito laboral más deseado (industria, servicios, administración). El mundo de la pedagogía y la docencia podría, también trabajar para explicar mejor las aportaciones que hace la profesión a la sociedad, como instrumento de equilibrio social, y a cada una de las familias. Ello, podría conllevar una mejora del prestigio social de la profesión y, probablemente, de los sueldos y condiciones laborales de los maestros y maestras.
Hay mucho que hacer, más allá de las quejas sindicales y corporativas, legítimas y, mayoritariamente adecuadas, pero parciales.
Lo primero, que el colectivo fuese capaz de consensuar entre si, las prioridades que les preocupan y las soluciones que recomiendan. Lo segundo, ejercer una acción concertada, potente, pero constructiva y que tenga al conjunto del sistema educativo (alumnos, familias, sociedad) en su visión, incluidas, obviamente, las reivindicaciones del profesorado.
Enric Renau
Editor
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