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La selectividad debería ser una solución y no un problema

Artículo de opinión


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Marc B. Escolà Pons. Secretario General de la Universitat Abat Oliba CEU (Barcelona)
¿Considera adecuado el sistema actual de acceso a la universidad?

No. Unas pruebas generales de acceso a la Universidad son, en principio, coherentes con un sistema universitario basado en el modelo de servicio público, como es el caso español. Pero eso no las convierte en inevitables ni en forzosamente necesarias. De hecho, no son más que uno de los mecanismos posibles que la administración educativa dispone para ordenar la asignación de plazas universitarias y satisfacer así el derecho a la educación superior que se reconoce a la ciudadanía del reino de España.

La oportunidad de su implantación se justificó en su momento por la rampante sobredemanda de plazas vivida a partir de los años setenta y que se mantuvo durante dos décadas. En aquellos momentos, la oferta universitaria tardofranquista era comparativamente muy limitada (nada que ver con el catálogo de títulos oficiales que vamos a liquidar en el 2010, que llega casi a los 150), y por ello la presión de la demanda se concentraba sobre un conjunto reducido de estudios.

La eclosión de nuevos títulos a partir de la LRU modificó progresivamente esa relación y, junto con la paralela eclosión de nuevos centros y universidades, nos llevó a un escenario en el que sólo unos pocos títulos tienen realmente más demandantes que plazas. Es decir: hemos pasado de un problema general a unos problemas particulares, pero continuamos manteniendo un mecanismo de carácter general, seguramente por inercia, que no compensa con sus resultados los problemas que genera.

¿Qué puntos débiles y ventajas tienen la selectividad y/o otras formas de acceso a la universidad?

Mantener la selectividad como condición para el acceso a la Universidad genera cada vez más conflictos gratuitos.

Por un lado beneficia injustamente a los demandantes de plaza que provienen de aquellos sistemas educativos extranjeros que tienen reconocida la exención de las pruebas, y cuya nota de acceso resulta siempre más elevada. Por otro lado impacta negativamente en la ordenación de los estudios de bachillerato, que se ven obligados a laminar prácticamente sus dos últimos meses. Finalmente, las propias universidades difícilmente pueden cerrar en julio su matriculación de acceso, de forma que permita una organización eficiente de los recursos (no se olvide que existe convocatoria de selectividad en septiembre). Añadamos a esto la drástica reducción del listado de estudios que realmente precisan de un sistema selectivo e imaginemos el nuevo espacio europeo, sin catálogo oficial (de oferta) y con unos títulos definidos por perfiles competenciales y por tanto diferentes de un centro a otro. En resumen: confiemos que el sentido común acabe imponiéndose más pronto que tarde y la selectividad sea resituada allí donde realmente sea una solución y no un problema.
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