La convivencia en las familias y en las parejas. La convivencia en las aulas, entre alumnos y entre ellos y el profesorado. La convivencia con los compañeros de trabajo. La convivencia en los barrios y pueblos, entre jóvenes, entre generaciones, entre personas de distinto origen, cultura, religión o lengua. La convivencia entre segmentos sociales. La convivencia entre territorios de un mismo estado. La convivencia entre civilizaciones.
Parece lógico que le demos a la convivencia un estatus prioritario ante la legítima reclamación de derechos individuales o colectivos. Pero la convivencia es cosa de dos o más. Unos más fuertes y otros más débiles. Se trata de que ambas partes acepten el derecho del otro a defender los propios intereses, pero buscando el acuerdo final y no el conflicto como forma de relación permanente.
Las fiestas navideñas pueden servir para recordar el valor de la convivencia como forma de vida. Mientras podamos garantizarla en nuestro entorno particular y social, las incertidumbres económicas o políticas sólo serán un vector más a tener en cuenta.
Cuando el conflicto es palpable, como sucede en las "banlieux” francesas o en ciertas relaciones violentas familiares, se demuestra que se ha cruzado una raya peligrosa.
Feliz Navidad y cívico año 2008.
Enric Renau
Editor
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