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Escuela y sociedad. ¿Violencia en las aulas?
Artículo de opinión
Sin embargo, ¿es ese panorama desolador la realidad cotidiana de nuestra escuela? Aquí y ahora quiero dejar bien claro que no.
Por otra parte, ¿circunscribir los problemas en la convivencia y la violencia en las aulas a la institución escolar no supone dar una visión simplista y extremadamente sesgada de dicha realidad? En una sociedad donde las relaciones interpersonales se resuelven, muchas veces, con disputas, insultos, descalificaciones o la ignorancia del otro, ¿podemos delimitar en compartimentos estancos los tipos de violencia? Violencia de género, violencia escolar, violencia frente al diferente,… Violencia de los medios de comunicación, violencia en la familia, violencia entre políticos, entre profesores, entre compañeros de trabajo, mobbing,… Parece como si todo lo resolviéramos de forma violenta. Y, si alguna razón cabría otorgar a esta afirmación, ¿tiene sentido nombrar a un tipo de violencia como "Violencia Escolar”? ¿Existe algún tipo de violencia que debamos permitir? ¿Pueden los políticos descalificar vergonzosamente en público al "adversario”? ¿Pueden los medios de comunicación mandarnos mensajes de exacerbación sin medida en base al dios de la audiencia? ¿Podemos los adultos, cualquier ciudadano, tratar mal a nuestra pareja, a nuestros hijos, a nuestros alumnos, a nuestros compañeros de trabajo? Tal vez exista un límite a la hora de violentar a otro ser humano. Tal vez exista una línea que marque lo que consideramos o no violencia y a mi se me escapa la diferencia fundamental. Sí, es evidente que la gravedad de algunos casos concretos requiere nuestra actuación inmediata. Sí, es evidente que la escuela debe plantar cara a esa realidad. Sin embargo, los alumnos, sus familias y también los profesores son ciudadanos integrantes de esta sociedad; son personas, seres humanos, que tras impregnarse de la dinámica social deben reinventarla cada día.
Es hora de mirarnos al espejo y observar nuestras formas de relacionarnos con el otro, sea alumno, padre o profesor. Y "el que esté libre de culpa que tire la primera piedra”. Reflexionemos. Pongámonos en el lugar del otro. Escuchémoslo de verdad. Hablemos utilizando las palabras para comunicar y entendernos, no como dardos arrojadizos con un fin oculto, muchas veces hasta para el propio emisor. Si queremos atacar la raíz del problema, bajar a ese nivel de prevención, del que siempre hablamos y nunca abordamos, deberemos replantearnos muchas cosas y ser más ambiciosos. No por el bien de la escuela, sino por el de la sociedad, el bien de un mundo en el que nos ha tocado vivir y que, para bien o para mal, podemos modelar con cada uno de nuestros actos.
Pero volvamos a la institución escolar y a las actuaciones que se han venido desarrollando para comprender y atajar el problema que nos ocupa. En este sentido, podríamos comentar y analizar estudios o informes que hablan de tantos por cien escandalosos de acoso escolar -no sé bien en base a qué conceptualización del mismo-. Podríamos citar algunas de las innumerables iniciativas que las administraciones han adoptado para erradicar un problema que aún está por definir correctamente: observatorios de la violencia escolar, unidades de atención e intervención, servicios de atención psicológica externa, congresos para acercar la escuela y la familia -que no sé en que momento de un camino con un mismo horizonte se separaron-.
Podríamos hablar de sentencias judiciales, de la revisión, más bien aplicación, de una legislación que siempre ha estado ahí pero un tanto olvidada. No lo vamos a hacer. Estas líneas no pretenden ser una sucesión de hechos y medidas sino motivo de reflexión y una llamada de atención; reflexión para cada uno de TODOS nosotros como ciudadanos y seres humanos; llamada de atención para esas instancias que tienen una mayor responsabilidad por su influencia: la familia, la escuela, los medios de comunicación, los responsables políticos. Necesitamos un referente, modelos que seguir, y, al mismo tiempo, somos modelos, queramos o no lo queramos ser. Y ¿qué sentido tiene plantear medidas de choque contra un problema como el de la violencia si luego nos comportamos entre nosotros, con nuestros semejantes, -¡atención especial los políticos!- de forma violenta? ¿Sería mucho pedir para el año nuevo que se acerca -abusando de mi ingenuidad- un código deontológico, no sólo para los medios de comunicación -de lo que ya mucho se ha hablado y poco se ha conseguido- sino para los mismos responsables políticos? ¿Sería posible que los propios partidos se plantearan expulsar a aquellos de sus miembros que utilizaran la descalificación como norma y retomaran una política que persiga el bien común y no perpetuarse en sí misma buscando el rédito electoral a cualquier precio? Si en verdad queremos otra sociedad, si queremos otra escuela, debemos empezar por cambiar/mejorar nosotros mismos, retomar el sentido común y acordarnos del otro. Sólo entonces dejaremos de hablar de violencia escolar y la VIOLENCIA, en todas sus manifestaciones, dejará de tener un sentido que algunos hoy le quieren otorgar.
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