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Convivencia en las aulas y competencia comunicativa: la discusión en el aula

Artículo de opinión


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Beatriz Fernández Herrero. Profesora Titular del Departamento de Lógica y Filosofía Moral de la Universidad de Santiago de Compostela
Tradicionalmente y a nivel popular, se ha venido y se viene entendiendo que la tarea principal de la educación formal es la de preparar a los individuos para el futuro desempeño de una profesión, para lo que hace falta llenar las cabezas de éstos de contenidos fundamentalmente teóricos, sin que en muchas ocasiones el alumnado perciba su utilidad en un tiempo más o menos próximo. El período de educación obligatoria se convierte, entonces, en un lugar de trabajo competitivo, en el que el logro del supuesto objetivo queda supeditado a la adquisición de unos conocimientos de forma individual, y su éxito depende en una gran medida del fracaso de los demás: mi calificación será tanto más sobresaliente cuanto más baja sea la de mis compañeros/as.

Sin embargo, en esta concepción común, ocurre que los árboles, a menudo, no nos dejan ver el bosque: la adquisición de contenidos sólo puede tener un sentido si se concibe a éstos como un ingrediente más de lo que ha de ser el fin último y la esencia del proceso educativo: la formación integral de las personas y su progresiva capacitación para la vida, como individuos y como ciudadanas y ciudadanos, miembros activos de la comunidad en la que viven. Sólo así cobra un sentido el contenido de las diferentes materias que se estudian en los centros escolares: como elementos que hacen posible la comprensión del mundo, y preparan a la persona para poder adaptarse a los cambios de una sociedad en constante transformación; en definitiva, contribuyen a hacer efectiva la convivencia, tanto a un nivel general en la sociedad como en el microcosmos de ésta que constituyen las aulas, en donde en última instancia se reproducen todos y cada uno de los conflictos que afectan a las relaciones entre las personas.

En estas páginas, nos centraremos en un aspecto que, a nuestro juicio, resulta fundamental como posibilitador de la convivencia: nos referimos a la acción comunicativa, constatando el hecho de que, a pesar de la omnipresencia y del auge de los medios de comunicación en las sociedades contemporáneas, que inundan la casi totalidad de las vidas de las personas tanto en los ámbitos privados como en los públicos, existe un deficiente desarrollo de la competencia comunicativa. Y, sin embargo, el dominio adecuado de esta competencia es la única posibilidad de convivencia en un mundo en el que las relaciones interpersonales son cada vez más complejas, diversas y variadas, y que exige una adaptación cada vez mayor a contextos diferentes.

Es cierto que en las aulas de nuestros centros educativos se enseñan lenguas (la de la comunidad autónoma, la castellana, y una o varias lenguas extranjeras) como materias obligatorias, pero el aprendizaje de éstas es percibido por el alumnado como un fin en sí mismo, centrado en el dominio de las estructuras morfológicas, sintácticas... por el que son calificados y que puede resultarles más o menos interesante, pero que carece de una funcionalidad práctica inmediata en el desarrollo integral del ser humano. Así, es fácilmente constatable el hecho del empobrecimiento del vocabulario, las expresiones y, en definitiva, de las capacidades comunicativas en los niños/as y en los jóvenes, precisamente en un momento histórico en el que la movilidad espacial es muy intensa, en el que conviven en un mismo territorio personas con diferentes idiomas, haciéndose, por tanto, más necesarias que nunca.

Porque, en efecto, una elevada competencia comunicativa posibilitaría el desarrollo integral de la persona, en su doble faceta, individual y social:

a) Individualmente, porque permitiría expresar claramente los propios sentimientos, valores y juicios, y asimilar de forma consciente y crítica la cosmovisión y las tradiciones propias, conformando de ese modo una identidad personal y moral fuerte.

b) Socialmente, porque haría posible la reflexión y la discusión conjunta de los valores que rigen la dinámica de los grupos sociales, facilitando la interacción con los demás y el consenso imprescindible para la construcción de sociedades democráticas, libres y plurales.

Uno de los recursos que nos parecen más adecuados para el desarrollo de la competencia comunicativa, al mismo tiempo que como facilitador de la convivencia en las aulas es la discusión, que, como se acaba de apuntar, resulta ser un elemento muy eficaz para favorecer la evolución del razonamiento moral, a la vez que propicia la adopción de perspectivas, estimulando la capacidad empática y la tolerancia que se requieren en toda situación de convivencia interpersonal.

Del valor educativo de la argumentación, el diálogo y la discusión eran ya conscientes los primeros filósofos griegos hace ya veintitantos siglos, pero, en nuestra época contemporánea, ha sido Kohlberg quien con mayor énfasis ha puesto de manifiesto su utilidad en la formación moral y en el desarrollo de la autonomía de la persona, marcando toda una línea de pensamiento y de acción educativa que se plasmó y se viene plasmando en la actualidad en numerosos trabajos de diferentes autores, quienes muestran la eficacia de este recurso para el desarrollo de los niveles de razonamiento que se traduzcan en un comportamiento y una actitud más tolerante, más libre de prejuicios, más comprensiva de la relatividad de las diferencias interindividuales y culturales y, en definitiva, más respetuosa con los derechos humanos y más favorecedora de la convivencia entre personas y grupos sociales y culturales diferentes.

Así, se pone de manifiesto la necesidad de desarrollar en el aula las habilidades prácticas requeridas para una correcta comunicación constructiva y posibilitadora de la resolución pacífica de los conflictos, entre las que cabe destacar las siguientes:

- Saber distribuir los tiempos de intervención y respetar los turnos de palabra durante las sesiones de discusión; con esta habilidad se estaría adquiriendo, al mismo tiempo, la conciencia del derecho de todas las personas a tener una voz, es decir, a ser escuchadas, reconociendo la igualdad de todas y practicando la no discriminación.

- Tener una actitud positiva hacia la comprensión de los argumentos, sentimientos y puntos de vista de los demás, siendo capaces de prestar atención a lo que dicen y expresan y de formular preguntas para asegurarse de que entienden bien aquello que los otros quieren decir; con esta habilidad se estaría potenciando, simultáneamente, la capacidad de empatía, de ponerse en el lugar del otro, que conlleva la actitud de la tolerancia hacia las opiniones y los valores diferentes de los suyos, aprendiendo a reconocer a todos los seres humanos el derecho a expresar libremente sus opiniones y creencias.

- Expresar los sentimientos y opiniones propios, para que sean escuchados y tenidos en cuenta por los demás; esta habilidad potencia al mismo tiempo el autoconcepto y la autoestima, al sentirse valorados/as y reconocidos/as por el grupo.

- Ser capaces de ordenar y estructurar las informaciones recibidas, captando las diferencias y las similitudes con las propias, lo que potenciaría al mismo tiempo la actitud y la capacidad crítica, necesaria para la participación activa en una sociedad democrática.

- Incorporar los argumentos de los demás en las argumentaciones propias cuando éstos se consideren válidos. De este modo se desarrollaría el espíritu crítico, al tener que tomar en consideración la consistencia de éstos sometiéndolos a un proceso de análisis reflexivo y crítico.

De este modo, las discusiones y los debates resultan ser un recurso educativo de primer orden, ya que, como hemos visto, ayudan a desarrollar la competencia comunicativa de las personas, al proporcionar un terreno común para pensar y posibilitar el sentimiento de pertenencia al grupo social que se constituye en el aula, y al más extenso que conforma la sociedad democrática a la que se pertenece en calidad de ciudadano/a.

Por todo ello y para concluir, reiteramos su triple valor como facilitador de la convivencia en las aulas:

a) un valor afectivo: las manifestaciones violentas en las conductas de las personas tienen lugar en muchas ocasiones porque éstas son incapaces de expresar sus emociones y sentimientos de forma diferente que recurriendo a ellas; por lo tanto, las interacciones que tienen lugar a través de la discusión y el debate ayudan a compartir estos, adquiriendo las habilidades necesarias para resolver los conflictos de forma no violenta.

b) un valor cognitivo: los intercambios comunicativos facilitan el desarrollo de un pensamiento crítico, ayudando a conformar unos valores propios y una personalidad autónoma.

c) un valor social: los debates y discusiones promueven las situaciones de interacción con los demás, y el ejercicio de la actitud empática, tolerante y respetuosa.

Bibliografía:

DIAZ-AGUADO, M.J.: Convivencia escolar y prevención de la violencia. Madrid, MEC. En la página web del CNICE.

LOMAS, C. (COMP.): El aprendizaje de la comunicación en las aulas. Barcelona, Paidós, 2002.

KOHLBERG, L.: "El enfoque cognitivo-evolutivo de la educación moral”, en JORDAN, J.A.;

SANTOLARIA, F.F.: La educación moral, hoy. Cuestiones y perspectivas. Barcelona, PPU, 1987, páginas 85-114.
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