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Convivencia en las aulas: Cómo construir una sana y solidaria convivencia
Artículo de opinión
como si él no fuera uno de vosotros, como un extraño y un intruso en vuestro mundo…
No podéis separar el justo del injusto, ni el bueno del malvado.
Porque juntos están frente al rostro del Sol,
de igual forma que el hilo blanco y el hilo negro están juntos en la trama del tejido”.
(Kalil Gibran: El profeta).
La escuela debe crear un microclima de sana convivencia, que haga posible los aprendizajes y el ejercicio de la nueva ciudadanía activa. Pero necesitamos revisar y conocer los elementos que intervienen en este proceso de crecimiento en la vida de las aulas, para aportar luz sobre los problemas y proponer caminos de mejora.
1. El clima
Los centros educativos y las aulas respiran el mismo aire de la calle. Los problemas de las aulas son una micro-reproducción de la vida social. No podemos recriminar a unos factores concretos las deficiencias en la convivencia escolar, ya que debemos analizar el aire que se respira, el mimetismo sociocultural que nos invade en la sociedad de consumo y de la información, y después identificar las causas de la contaminación. Percibimos en el aire político de nuestra sociedad una lluvia ácida que seca y destroza las plantas. Falta terreno abonado y agua formativa para un sano cultivo de valores. Hay fríos baños de injusticia, corrupción, violencia impune, negativos referentes que a diario aparecen en los medios de comunicación, que contradicen y desprecian toda doctrina. El temporal helado azota y los valores se marchitan, pues necesitan ser testificados con calidez y proximidad a los más jóvenes, cada día los vemos más distantes y contradictorios, desde la crisis familiar, hasta la precocidad malsana que baña con imágenes truculentas y desmesuradas de la calle y de la televisión. Si no se cambia esta temperatura y este empuje nefasto, educar es ir contra-corriente. La comunidad escolar, empezando por el modelado de los profesores y tutores, es imprescindible para contrarrestar la tensa temperatura de la convivencia social. El invernadero del aula no puede escapar a la temperatura exterior.
2. El campo
La tierra baldía, abandonada y falta de cuidados, cubierta de yerbajos, necesita la puesta a punto del sembrador, para que la simiente dé fruto sazonado. Nuestros niños y jóvenes llegan a las aulas con un bagaje de aprendizajes nefastos de agresividad, prejuicios y rutinas que deben desaprender. Los hábitos contraídos en las etapas socializantes ponen a prueba la capacidad de aprender y de adaptarse a una experiencia ética de asumir normas, aplazar gratificaciones y aprender a darse solidaria y gratuitamente. El campo reseco de afectos, salpicado de quemaduras, violentado y dolorido, exige un proceso de empatía y resiliencia personalizador. Construimos sobre roca y no sobre arena, sobre carácter y fortaleza y no sobre incuria y falta de esfuerzo. En ello nos va la vida. Necesitamos rotular, formar la voluntad y la autoexigencia para darnos normas y para asumir responsabilidades.
3. Las semillas
Lamentablemente los alumnos llegan a las aulas salpicados de desamor, soledad, abandono, caprichos, cuando no han vivido en sus carnes la violencia y el castigo. Pero en otros casos podemos hallar unos primeros brotes quemados, donde han quedado atrofiados sentimientos y emociones, o bien han crecido las emociones destructivas del odio, la envidia, la adicción a algunos vicios, junto a la ignorancia y a la falta de consciencia. Las semillas de la violencia han empezado a germinar, sofocando a los buenos sentimientos. Los niños han aprendido a mentir, a tomarse la justicia por su mano, a aprovecharse del débil, a seguir sus gustos y caprichos, a despreciar valores esenciales: solidaridad, autocontrol, responsabilidad… El peso del fracaso ha curvado las expectativas y anhelos de otros. El gusano del fracaso y la desmotivación siguen royendo hoy el esfuerzo formador en las aulas.
4. Los frutos y la cosecha
Acogemos en las aulas a una rica diversidad de caracteres, formas de pensar y actuar, distintos estilos de aprendizaje, diferentes niveles de maduración y de saberes elementales. La convivencia puede resentirse por muy diversas causas que podemos atribuir a estos factores:
- Nivel socioeconómico y afectivo en las familias de zonas deprimidas.
- Pobre formación básica, escolarización, nivel de exigencia y grado de madurez.
- El clima relacional y socializador del centro escolar, nivel de exigencia, pedagogía compartida, transversalidad de valores, vivencias y experiencias…
- Experiencia de éxito o de fracaso. Formación en valores, autonomía, exigencias.
- Crecimiento de un entorno formativo integral o de abandono. Grupo de amigos.
- Preparación para la autonomía y la responsabilidad, sentido crítico y toma de decisiones, aprender a aprender y a pensar… Manos vacías, mentes pobres!
CONCLUSIÓN (¿PISTAS-SOLUCIONES?)
Todos somos responsables de todos. La educación es un problema de toda la sociedad. El árbol debe crecer acompañado de los cuidados de quien lo planta. Las mediaciones nos ayudan a hacernos robustos y seguros. La apuesta por un proyecto educativo de calidad compete a la profesionalidad de cada profesor y de todo el equipo docente, contando con el apoyo de la familia. La personalización en el calor del hogar, tiene su continuidad en las aulas, como experiencia ética. Pero toda la sociedad es responsable del crecimiento y de la expansión vital de cada persona, hasta conseguir la plena realización de sus expectativas en dignidad y felicidad. Toda educación es obra de amor. La mejor educación es la preventiva. La educación se juega en las interacciones y en la fuerza de los ejemplos positivos de los adultos. La formación, compromiso e innovación en la comunidad educativa son los garantes de una calidad auténtica, contando siempre con su rol de ser referente de todos los valores que exige y que proclama en la formación integral de los alumnos.
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