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Convivencia Escolar e Interculturalidad: Aprendiendo a (con)vivir juntos

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Miguel López Melero. Catedrático de Didáctica y Organización Escolar de la Universidad de Málaga. Director del Proyecto Roma
Ustedes saben todo lo que les voy a decir, porque todo lo que les voy a decir tiene que ver con lo que ustedes hacen y con lo que yo hago: educar. Ustedes saben muy bien que la educación no se impone, sino que surge en nuestra relación con los alumnos. Por eso cuando me dijeron que si quería compartir algunas ideas sobre Convivencia Escolar e Interculturalidad pensé que de lo que se trataba era de educación intercultural, porque no puede haber educación sin convivencia.

Al hablar de interculturalidad o de algo relacionado con ella hemos de hacerlo desde los principios de los Derechos Humanos. La gran idea de la humanidad ha sido y sigue siendo conciliar la universalidad de los valores con las diversas culturas. Los conceptos de universalidad y de interculturalidad están relacionados dialécticamente por la palabra versus. Yo voy a tener en cuenta en esta relación no su condición de ‘opuesto a', sino su acepción de ‘ir hacia'. Es decir, ir de la universalidad de los derechos humanos hacia la polifonía cultural que conformamos. Por ello, desde la universalidad de los valores para todas las culturas, tiene sentido hoy en día la educación intercultural.

Todos sabemos que los derechos humanos fueron constituidos por la cultura hegemónica, la cultura de occidente, y por la religión católica. También sabemos que hoy en día se transgreden los derechos humanos de manera sistemática o, sencillamente, no se cumplen. Por estas dos razones se ha de llevar a cabo una revisión de los mismos. En los Nuevos Derechos Humanos que se tienen que elaborar han de contemplarse todas las culturas y, asimismo, se han de tener en cuenta todas las religiones.

También sabemos que el panorama en nuestras escuelas ha cambiado en los últimos años y, hoy en día, conviven en las mismas diferentes culturas, por tanto se necesitan otras pedagogías. El modelo educativo, ante la heterogeneidad del alumnado de nuestras aulas, no puede seguir siendo el mismo de hace unos años: un modelo homogéneo para todos e impuesto según criterios de la cultura hegemónica. De la misma manera la formación inicial del profesorado ha de contemplar esa diversidad cultural, étnica, de religión o con handicap y, asimismo, la formación del profesorado en activo ha de cambiar. La clave en la construcción de esta nueva escuela radica en el profesorado, que sea el profesorado la clave no debe interpretarse como que él es el único responsable. La educación intercultural no es un asunto que sólo afecta a la escuela, sino a la sociedad.

Vivimos inmersos en un discurso muy serio sobre la educación en valores en España, me refiero a toda la polémica que se ha generado al principio del curso escolar sobre la asignatura de Educación para la ciudadanía. Pues bien, la educación para la ciudadanía y a la educación intercultural son temas muy preocupantes en la actualidad. La educación intercultural y la educación para la ciudadanía no han sido disciplinas que se estudiasen en el currículum formativo, sino que hemos tenido que ir construyéndolas. En nuestro currículum de formación no había una asignatura con estas características, sin embargo había ‘una cultura popular' -y la sigue habiendo- de que la inmigración era un problema.

¿Qué debemos hacer para que la inmigración deje de ser considerada como un problema y sea sentida como una oportunidad de enriquecimiento mutuo entre culturas? El problema, en todo caso, surge cuando las personas inmigrantes no disfrutan de los mismos derechos que el resto de la ciudadanía. Nadie abandona su país por gusto, sino por necesidad.

En la actualidad la escuela pública vive entre la humanización y la destrucción de lo humano, es decir, entre la inclusión y la exclusión. Pues bien, lo mismo que hemos de construir la educación para la ciudadanía hemos de construir la educación para la interculturalidad. Pero ¿cómo se construye la educación intercultural? Mi respuesta es muy sencilla: sólo podremos construir la educación intercultural si aprendemos a valorar nuestra propia cultura y adquirimos una capacidad crítica sobre la misma que nos permita superar el etnocentrismo.

Este cambio de actitud y pensamiento no debe anidar en el mundo de las buenas intenciones, sino que debe darse en la práctica diaria de nuestros colegios. Es decir, hay que trasladarlo a la vida escolar a través del currículum (Proyecto Educativo de Centro y Proyecto Curricular) y de un cambio en la formación del profesorado. Sin su formación y comprensión es muy difícil que podamos construir la educación intercultural.

Hablar de convivencia escolar e interculturalidad es hablar de educación inclusiva y para mí es un proceso de humanización y, por tanto, supone respeto, participación y convivencia. Así debe ser el espacio del aula: un lugar donde se respeta al otro como legítimo otro, un lugar donde todos participan juntos en la construcción del conocimiento y un lugar donde se convive democráticamente. Pero ¿cómo se aprende a convivir? Sencillamente conviviendo. La vida democrática en el aula no se impone nace de la convivencia y del respeto mutuo, si tu quieres que te respeten los alumnos, respeta tú a los alumnos. Es necesario respetarse mutuamente, pero para ello hay que vivir en el respeto. Educar es respetar al otro como legítimo otro en la convivencia. Y esta convivencia en el aula se construye día a día. El alumno se transforma en la convivencia con el profesor y en las ganas que tengamos de compartir cosas juntos y, por tanto, en hemos de abrir espacios donde nuestros deseos e intereses se encuentren y coincidan con los de los de los alumnos.

Entiendo, por tanto la convivencia en el aula, como ‘un tender la mano' y si es aceptada, la convivencia se produce. Ahora bien tender la mano es un acto de confianza porque acepto el convivir con otro. La confianza es el fundamento de esa convivencia. Educar es, por tanto, convivir. Es necesario un proyecto educativo que nos enseñe a convivir.

Como he afirmado más arriba hablar de educación intercultural es hablar educación inclusiva y, a veces, esto no se tiene muy claro. Lo que quiero decir es que la educación intercultural no es la educación de los niños y niñas inmigrantes en nuestras escuelas, sino una nueva forma de educación desde la diversidad. Tampoco se trata de enseñarles la lengua castellana fuera del currículum común. De lo que se trata es de convertir nuestras aulas en espacios de respeto, de convivencia y aprendizaje, muy a pesar de la diversidad de niñas y niños en las mismas, y no de alejar al niño o niña inmigrante de su grupo de referencia. Para ello hemos de buscar pedagogías diferentes a las que estamos acostumbrados en nuestras escuelas. De eso se trata. De cambiar los sistemas educativos y no las personas. Es un cambio cultural lo que necesitamos y no un cambio en las personas.

Hablar de educación inclusiva, desde la cultura escolar, requiere estar dispuestos a cambiar nuestras prácticas pedagógicas para que cada vez sean prácticas menos segregadoras y más humanizantes. Cambiar prácticas pedagógicas significa que la mentalidad del profesorado ha de cambiar respecto a las competencias cognitivas y culturales de las personas diferentes y de las culturas minoritarias, significa que hay que cambiar los sistemas de enseñanza y aprendizaje en el aula, significa que ha de cambiar el currículum, significa que ha de cambiar la organización escolar, significa que han de cambiar los sistemas de evaluación. De eso se trataría, de ver hasta qué punto esto es posible. Sabemos que, muy a pesar de la buena voluntad del profesorado la escuela no ofrece un modelo educativo que propicie convivencia, respeto y aprendizaje. Por tanto necesitamos otro proyecto educativo que nos haga olvidar el modelo del homo sapiens del mundo neoliberal y postmodernista en el que vivimos apresados y nos eleve al homo amans a través de la convivencia. Mi propuesta es: Aprendamos a (con)vivir juntos: construyendo una escuela sin exclusiones.
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