Se dice que en la etapa que nos ha tocado vivir nuestra identidad como "homo sapiens” ha evolucionado hacia el "homo comsumator” donde los proyectos de vida están más vinculados al consumo que al trabajo.
El consumo es un hecho individual pero la sociedad y la economía están contraídas alrededor de este fenómeno en el que una oferta organizada en forma de empresas busca la forma de atraer a una demanda que tiene unas necesidades determinadas y a la que se la puede estimular mediante la generación de impactos publicitarios para que adquieran productos y servicios que colmen sus teóricas aspiraciones.
Cubiertas en el primer mundo las necesidades básicas como la alimentación, el abrigo y la movilidad, la industria procura estimular las emociones y los sentidos a la población mediante la comunicación publicitaria y los estímulos comerciales.
Las empresas saben que el centro de su actividad económica es el consumidor y la producción, las finanzas, los recursos humanos, la estrategia están en función de los cambios en el consumo.
La hipotética libertad y autonomía del consumidor es la que moviliza diariamente la economía y, para ello, se remueven dinámicas, decisiones e inversiones.
A menudo estas decisiones no favorecen a medio y largo plazo a este consumidor al que dicen servir. Sería el ejemplo de los productos que se han fabricado atentando al medio ambiente y favoreciendo el calentamiento del planeta. O también los embalajes y envases excesivos presentados para captar la atención de los clientes en el punto de distribución.
También sucede que el impacto negativo del consumo se puede producir en el corto plazo porqué los productos o servicios ofrecidos han utilizado mano de obra infantil o pagada de forma insultante a trabajadores del tercer mundo. El impacto negativo de la dinámica consumista puede venir, también, de las campañas publicitarias que buscan la notoriedad de los jóvenes, a los que se les pueden transmitir unos valores y modelos poco edificantes y contrarios al civismo y la convivencia.
Para ello es oportuno que el consumidor sea crítico y responsable, aunque el consumo es sólo la parte final de un proceso del que el individuo desconoce, en muchas ocasiones, todo el proceso, lo que le impide discriminar las buenas de las malas prácticas.
Una buena educación para el consumo y la obligatoriedad de transparencia en la información sobre los productos y servicios podrían ayudar a mejorar una dinámica muy agresiva de demanda-preoducción-distribución-consumo.
Enric Renau
Editor
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