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Sobreviviendo a la globalización
Artículo de opinión
Sin embargo, la realidad nos castiga poniendo por delante el fracaso de una generación que no ha conseguido, a pesar de sus avances tecnológicos, dar de comer a sus congéneres y, a lo peor, cargarse día a día el planeta en su perverso avanzar hacia la industrialización descontrolada, y es que tenemos un grave problema que nadie parece querer resolver.
En mi fugaz, aunque provechosa estancia en la escuela de ingeniería técnica de Terrassa, tuve la suerte de conocer un profesor de física apellidado Bosch. Este hombre, ya fallecido, afirmaba con razón que la resolución de un problema sólo depende del planteamiento, pues bien, según parece, existen informes sobre desertización, cambios climáticos, miserias, etc., todos parecen estar planteados encima de la mesa, pero nadie -de los que pueden- parece querer resolverlos.
Todo tiene que ver con la economía, porque detrás de esta globalización que sólo sirve para alimentar la riqueza y la voracidad de los países ricos, se esconde la manipulación mediática hacia nuestros hijos para convertirlos en esclavos mentales del consumo, devoradores de una cultura al dictado de la televisión que los programa para ser compradores, y a la vez, víctimas de padres psicóticos que vuelcan sus neuras en ellos. Cada vez más aislados de su entorno, los niños ya no juegan y muy pronto dejarán de reírse por todo, abandonando precozmente su inocencia.
Lo malo es que existe cierta conciencia de esta soledad, aunque se reprima detrás de "sms”, videojuegos y falsa comunicación y se reinventen nuevos valores en forma de libros de autoayuda, que sirven de poco porque nadie está dispuesto a perder nada, ni siquiera su actitud para cambiar. En las grandes economías los empleadores sustituyen a los auténticos empresarios y la especulación bursátil triunfa sobre la sostenibilidad real, el liderazgo cae en manos de ejecutivos karaokes enfermos de masteritis y nuestros jóvenes piensan más en el ocio que en el esfuerzo.
El ruido que genera tanto egoísmo personal impide que escuchemos ni siquiera al planeta que se muere asfixiado, ni tampoco a los sabios, porque no los tenemos. Tampoco pensamos en las futuras generaciones de jóvenes a los que renunciamos a educar porque parece más fácil regalarles la graduación, ni les comprendemos porque nos falta algo más de tolerancia, nos avergüenzan los pobres porque no somos generosos y nos vendemos puñados de tecnología porque nos mantiene distraídos, antes que buscar la compasión que nos ayudaría a entender y dar sentido a nuestras vidas.
Por fortuna, aún nos queda la gente que escucha, los soñadores que pueden cambiar el universo y espero que el suficiente sentido común para aprender a decir "no” de una vez y enseñar a hacer lo mismo a nuestros jóvenes, a fin de que aprendan a gobernar su vida lo antes posible. Pues ellos son nuestra esperanza y quizás sería posible que descubrieran que el auténtico sentido de la globalización sea hacer que el mundo sea algo mejor para todos.
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