La ponencia introductoria, pronunciada por el filósofo José Antonio Marina me pareció muy sugerente y me gustaría subrayar algunas conclusiones.
La primera idea a destacar es que son la propia UE y sus Estados miembros, cuando fijan en Lisboa, como principal objetivo estratégico, la transformación de Europa en una "economía del conocimiento, competitiva y sostenible, en un marco de inclusión social”, los que determinan unas directrices que nos afectan en el presente y en el futuro.
La estrategia europea comporta, entre otras cosas, la escolarización obligatoria que conlleva un gran impacto en las aulas, donde conviven alumnos con un gran interés por aprender y jóvenes que perciben el instituto o la escuela casi como un centro de control y que tienen poco interés por progresar académicamente.
Para gestionar el impacto de la escolarización obligatoria está claro que ya no es viable el modelo pedagógico y organizativo tradicional. Son necesarios nuevos contenidos, un nuevo modelo de profesor y un nuevo modelo de organización de escuela.
En cuanto a los contenidos, el modelo debe priorizar la inteligencia práctica sobre la inteligencia teórica.
El profesor debe ser un pedagogo de los recursos intelectuales, afectivos y éticos de sus alumnos y ampliar su formación en el carácter y las virtudes. Ello no sólo influirá en el nivel de instrucción y cultural de los estudiantes, sino también en la mejora del capital social del entorno.
Ello conlleva otro elemento central de la reflexión de Marina. La íntima interacción entre el marco escolar y el marco social. Si un centro educativo funciona, pero su entorno comunitario es complicado, los conflictos llegarán. Si las instituciones políticas, los servicios públicos se degradan, la escuela se degrada. Si la red de relaciones sociales, los valores cívicos, la estructura social se diluyen, la influencia pedagógica del centro es menos efectiva. Y viceversa. Si hay crisis económica, llegarán consecuencias negativas a las aulas.
Un centro educativo puede contribuir a la mejora de un barrio o ciudad, pero no debe estar sólo en la acción educativa de los jóvenes. Es la ciudad y el barrio que educan, con la escuela como protagonista, pero también con los otros agentes implicados (familias, vecinos, entidades cívicas, responsables políticos, medios de comunicación, etc)
Los profesores, por lo tanto, tienen que tener un Proyecto educativo de su centro y explicarlo con orgullo a las familias y al entorno comunitario. Teniendo en cuenta que cuando asumen los alumnos de la escolarización obligatoria hasta los 16 años, está cubriendo a la sociedad -en la medida de lo posible- de no tener muchos adolescentes en la calle, sin ningún marco de referencia. La escuela, por lo tanto, va mucho más allá de los contenidos de las clases y el profesor hace una función social central de continencia.
Este reto ingente no puede ser asumido individualmente por cada profesor. Los centros deben ser organismos inteligentes, de miembros que trabajen en equipo, colaborando, sumando, orgullosos de su rol central en la sociedad contemporánea.
Con la ayuda de la sociedad, "de la tribu” y de sus representantes políticos que deberían vehicular esta función, pero con el lideraje de los maestros y maestras que se convierten en unos referentes centrales. Los maestros y maestras y profesores en general tienen que asumir lo mucho que pueden aportar al bien común.
Si embargo, en esta sociedad opulenta y deprimida, insegura e insatisfecha de si misma cuando ya tiene más de lo que necesita para vivir dignamente, las madres y padres, los educadores y los medios de comunicación no podemos ni debemos renunciar a nuestro deber de educar y trasladar toda la responsabilidad y dedicación a los profesionales de la educación.
Educar es influir.
Enric Renau
Editor
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