El Estado, a pesar de su descentralización de competencias a las comunidades autónomas, funciona como una organización burocrática, como el resto de servicios públicos y sus empleados son con frecuencia, funcionarios, lo que conlleva una garantía de estabilidad laboral, de seguridad en las condiciones del trabajo (horarios, vacaciones, etc…) y de movilidad. Son aspectos muy deseados entre la población española, especialmente entre los jóvenes. Hay, en este sentido, un plan de carrera funcionarial y de desarrollo profesional, perfectamente regulado como explica muy bien María Poveda Fernández Martín, en su artículo.
Las organizaciones burocráticas, sin embargo, también se caracterizan por su rigidez, impersonalidad, jerarquización, estandarización y rutina.
En la profesión docente, ello conlleva que la innovación, la creatividad, el riesgo y el cambio no están primados, por muchos decretos de mejora de la calidad y de excelencia que se promulguen.
El sistema no está pensado y organizado de abajo para arriba, sino del revés. El docente con ganas de cambiar las cosas choca con el peso de la norma, con el cansancio del maestro y profesor desmotivado o con el papeleo previo que permita formalmente tal innovación.
Sin embargo, ¿Quién ha dicho que los cambios que valen la pena son sencillos de conseguirse?
Por ello, siguiendo el ejemplo de lo comentado por María Luisa Rodríguez Moreno, el docente tiene que ser consciente de las grandes oportunidades profesionales que tiene si sabe jugar las cartas de forma adecuada. Oportunidades dentro del sistema y oportunidades fuera de él. Por qué tiene las competencias y por qué tiene mejores competencias que otras profesiones, en algunos campos.
Dentro del sistema educativo, el docente tendría que aprovechar, al máximo, las opciones que les permite la Ley como formador personal, vocacional y profesional del alumno, algo que debería dar mucho espacio de promoción ya que a la escuela se le han traspasado muchas responsabilidades sociales que las familias no están asumiendo. Funciones cívicas, de asistencia social, de gestión de la diversidad, de salud, etc. que ahora son vistas como una carga adicional pero que perfectamente podrían convertirse en oportunidades para transformar las cosas o para cambiar los métodos, las "rigideces”, los estereotipos que constriñen la función docente.
Fuera del sistema educativo, el docente tiene un nivel de formación que, debidamente adaptado a las necesidades del mercado laboral y de la sociedad, podría cubrir, perfectamente, algunos de los yacimientos laborales más emergentes y necesidades de formación transversal y de habilidades que tienen empleadores y trabajadores.
Me refiero a filones laborales como la atención a las personas (de otras lenguas, religiones o culturas) o a la gente mayor, por ejemplo, o a actividades relacionadas con el tiempo libre educativo y cultural, vinculado al turismo y al ocio.
Me refiero también a la necesidad que tienen los empleados de aprender a hablar en público, o de mejorar sus capacidades de comunicación o de trabajar en equipo.
Son ejemplos que pretenden poner en evidencia que hay grandes posibilidades de desarrollo profesional entre los docentes, siempre que ellos no vean el sistema burocrático que les ampara como la única alternativa vital-laboral y que sean más valientes arriesgando en realizar cambios en las aulas, incluso con el riesgo de equivocarse.
Enric Renau
Editor
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