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¿Por qué no cuaja el e-learning en la universidad? O ¿Qué tiene el e-learning que no tengamos nosotros?

Artículo de opinión


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Pedro Díaz Simal. Director del Grupo de Investigación e-learning en Ingeniería de la Universidad de Cantabria
La cuestión que se plantea es un tema de reflexión personal desde hace algunos años, y en realidad, el mero planteamiento de la pregunta (¿Cree que la comunidad educativa es consciente de la importancia del e-learning en la formación continua del profesorado?) ya induce a responder categóricamente NO. Al menos puede afirmarse que no hay tal conciencia de forma general. Sin embargo, todos observamos comentarios y observaciones apreciativas ante cualquier avance, ¿Qué ocurre entonces?

Desde mi punto de vista hay 6 motivos que explican esta aparente contradicción: valoración positiva y escaso entusiasmo práctico.

1. Lo que de verdad pone en valor el e-learning, no es reconocido como producto de aprendizaje, si aceptamos que el e-learning es un mecanismo de provisión de contenidos, tiene un gran competidor, un tal Gutemberg lo hizo hace años, y lo hizo muy bien.

Pero si la aportación del e-learning es la interacción personal, fue un tal Adán el que empezó la historia, y de eso hace aún más años. Buena parte de los profesionales que nos rodean en el ámbito educativo no reconocen que intercambiar ideas por escrito en un ámbito cooperativo es un mecanismo solvente de aprendizaje, ¡y algunos lo proponen en clase!, pero para la empresa. Esa tarea está reservada a la investigación, y en revistas indexadas.

2. La irregularidad de edades y de actitudes entre las personas que componen la Universidad, junto con la sensación de que la innovación actúa como una oleada que nos invade y desborda, pero luego pasa, ha dado pábulo a la aparición de un sector tecnoescéptico, donde cada uno busca su excusa, formando una sucesión de diques: hace quince años se objetaba a que el usuario se convirtiera en mecanógrafo, hace diez a los móviles, hace cinco años a la conexión en el puesto de trabajo, hoy a las wifi generalizadas; pero en esencia hay una actitud cultural de sujetos reticentes al cambio (que empezó con un tal Caín).

Pero escarbando entre ellos encontramos un perfil interesante, las TIC nos alcanzan y nos abruman, utilizar un instrumento de intercambio generalizado, no jerarquizado de información puede ocupar todo nuestro espacio y tiempo, y esa objeción sí puede ser convincente, porque nos pone ante nuestras propias contradicciones y limitaciones.

3. El e-learning tiende a hacer saltar las costuras "institucionales”, en enseñanza reglada ni el curso necesita tener límites temporales, ni programa definido, ni profesor, si todo esto existe es porque aporta valor añadido, pero no es una imposición, si seguimos soltando tornillos del mecano, no necesitamos ni horarios, ni clases, los objetivos de cada uno son distintos… En un ámbito donde rige la distinción categórica y la inercia institucional esa característica puede desvirtuar la percepción del problema de la formación: que trata con personas a las que hay que acompañar en un viaje, es cómodo, seguro y barato hacerlo en grupo y eso requiere horarios, guías… pero eso se llama turismo, y no es lo que a Herodoto le hubiera gustado. Reconocer eso implica una percepción ética del compromiso necesario que es difícil de hacer.

4. El personal de la universidad se considera principalmente generador de conocimientos y posteriormente difusor de los mismos. Desde esa óptica el e-learning tiene demasiadas lecturas perversas simplificadoras. Un programa de e-mail, un foro y un repositorio no son muy distintos de una plataforma docente, ¿no será un intento de vendernos un carro ultimo modelo y posteriormente uncirnos a él? Y sobre todo, ¿Qué pone el profesor universitario si no es erudición? Hay una sensación de asimetría en la aportación que nos disuade de entrar en el juego.

5. Desde una perspectiva económica, el e-learning tiende a escaparse de lo que en nuestro trabajo llamamos producto, la respuesta a ¿Cómo lo protegemos?, ¿Cómo lo facturamos? ¿Cómo lo homologamos en un plan de estudios? ¿y en una asignatura? ¿Cómo lo evaluamos?, para un esquema estructurado que cuenta con respuestas a todas esas cuestiones, es bastante disuasoria ante el compromiso que implica.

6.El e-learning aporta un tinte informal a la formación, que tiñe la percepción que tenemos de cara a usarlo para nuestra formación permanente; que un profesor acuda a una universidad puntera a un proceso de reciclaje es comprensible y valorado dado que es contrastable (volverá con un título o unas publicaciones), pero que se involucre en un curso equivalente en formato e-learning sin moverse de su entorno físico es simplemente increíble y desde luego no recibe la misma valoración social, luego aunque resulte tautológico no se vende porque no lo compramos. ¿Donde está entonces el problema? En las dudas sobre la calidad del modelo (expresadas a ciegas) y sorprendentemente en uno de los principales señuelos de venta del e-learning: su capacidad de adaptarse a la disponibilidad de tiempo del sujeto le permite y condena a ser una actividad residual.

Conclusión: la respuesta es NO y la causa última es que el e-learning pone en valor algo que hasta ahora considerábamos casual, que ha pasado desapercibido durante años, y que por un lado a los que pueden emplearlo les ofrece más trabajo e incertidumbre que resultados; y por otro lado a los que deben aceptarlo y refrendarlo les exige asumir una crítica al modelo existente que o resulta difícil de hacer o se considera innecesaria.
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