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Velocidad, obsolescencia y globalización
Artículo de opinión
En cuanto a la velocidad, entendida como la distancia que somos capaces de recorrer con comodidad, se constata un hecho que a menudo olvidan. Hasta el siglo XIX los hombres podían desplazarse con comodidad unos 38 Km. diarios, caminando un promedio de 5 Km. por hora. Es preciso entender que hasta el 1.800 el radio de acción de toda persona para trabajar y relacionarse volviendo a su hogar, se limitaba a 19 km. En 1900 los raíles del ferrocarril comienzan a extenderse y los trenes empiezan a circular a una velocidad media de 48 Km./h, sin discriminar a hombres, mujeres y niños. Este circunstancia origina que en un día normal la distancia a recorrer alcance rápidamente casi los 200 Km. Charles Van Doren estima la cifra en 198 Km. indicando que es 5 veces superior a la de 1800, él mismo indica que en el 2000, miles de personas toman un avión para recorrer unos 1000 Km. y volver a su casa, una distancia 5 veces superior a la del 1900, circunstancias que le conducen a aventurar que al 2100 la distancia diaria alcanzará 4.750 Km., lo que representa un radio de acción superior a 2.350 Km.; en 200 años, y de forma acelerada en los últimos 25, la velocidad se ha multiplicado por 25, un hecho que obliga a desarrollar la actividad en entornos culturales diferentes con problemáticas, legislaciones y objetivos asimétricos y a menudo divergentes, sin considerar las problemáticas especificas de las áreas formadas por un mosaico de culturas e historias confrontadas, como es el caso de Europa.
La adaptabilidad a estas nuevas circunstancias y una amplía y sólida cultura son una de las exigencias a cumplir por los profesionales del siglo XXI como instrumento para afrontar la velocidad, y la obsolescencia acelerada motivada por el proceso de interacción global y la rotura de las barreras proteccionistas que aislaban protegiendo las economías de diversos países. Un conjunto de desafíos que es preciso encuadrar en un proceso de cambio climático que afronta la sociedad actual y que obliga, a la vez, a considerar los aspectos asociados a la sostenibilidad y el respeto al medio ambiente.
La sociedad actual, plural y desequilibrada, configura colectivos humanos heterogéneos y asimétricos, en los que su desarrollo pasa por la competitividad de cada uno de ellos. Plantearse los retos de la competitividad y afrontarlos es la piedra angular donde se apoya el progreso y paralelamente la consolidación de toda sociedad independiente y libre. En este escenario, y considerando los países más avanzados, su economía tendría que centrar sus esfuerzos al mejorar su competitividad y en la capacidad de transformar la información en capital de conocimiento y gestionarlo de forma eficaz. En definitiva, es preciso asumir que en los países más avanzados, la vía de progreso pasa por la competitividad basada en la innovación enraizada en los conocimientos, el talento y las capacidades creativas, en contrapunto a la de coste, una vía reservada por aquellos países que no han alcanzado aún los niveles de bienestar y progreso, de los que disponen las sociedades más desarrolladas, y que siguen basando su competitividad en unos costes de producción más bajos.
Es preciso pues entender que la nueva situación, derivada de la globalización económica e informacional, fundamentada en las posibilidades de los sistemas de comunicación e interacción humana extendidos a lo largo del planeta y con capacidad de interacción bilateral, anónima, personalizada y continuada, aporta unos escenarios radicalmente diferentes Consecuentemente para afrontar los nuevos desafíos es preciso superar una de las barreras más grandes posibles: el cambio de la cotidianidad, la modificación de las inercias, la capacidad de adaptación a nuevos contextos y situaciones. La cotidianidad que se arraiga en el ritmo de actividad, las pautas de consumo, los modelos de comportamiento y hábitos laborales y relacionales.
Éste se el escenario en que se mueven los profesionales de hoy y muy especialmente los diseñadores, ya que ellos constituyen la pieza clave para hacer posible el trabajo conjunto de científicos, tecnólogos y diseñadores como terna virtuosa que permite la innovación, especialmente en producto, en un contexto de competencia asimétrica global.
Es en este escenario donde tienen que desarrollar la actividad los diseñadores y donde las escuelas tienen un papel clave a desarrollar, no en vano de su tarea y método docente surgen diseñadores adecuados a las exigencias de la sociedad actual y capaces de liderar el progreso y construir el futuro.
Una formación integral, sustentada en una fuerte componente teórica que permita el despliegue de las capacidades de análisis y síntesis requeridas, una clara capacidad multidisciplinar con dominio del proceso creativo, una sólida componente técnica y científica que les permita interactuar en la mencionada tríada de diseñadores, científicos y tecnólogos, un sólido conocimiento de la problemática y desafíos sociales, y del entorno productivo de las empresas; y también que les permita entender y comprender las dinámicas globales y multiculturales, una particular atención a las nuevas informaciones y tendencias con un perfecto dominio de diversas lenguas.
Un conjunto de requerimientos que cumplen algunas escuelas, no todas, pero sí aquellas más comprometidas con el progreso y los cambios que obliga la sociedad y la economía del conocimiento, y que saben que la velocidad, la obsolescencia y globalización nos obligan a asumir con determinación nuestros compromisos.
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