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La movilidad europea: más que un valor añadido
Artículo de opinión
La aparición de nuevas tecnologías, nuevas estrategias empresariales y nuevas profesiones, han llevado en su conjunto a una nueva percepción de la formación, introduciendo los conceptos de aprendizaje a lo largo de toda la vida, y de transferencia de cualificaciones. Aspecto este último especialmente crucial si se pretende realmente cumplir con el objetivo estratégico, fijado en Lisboa en marzo del 2000, de hacer de la Unión Europea la economía basada en el conocimiento, más competitiva y dinámica del mundo, y capaz de crear más y mejores empleos, a la vez que una mayor cohesión social.
Lejos queda el momento en que hablar de Europa era hablar del extranjero, en que tener un amigo en Alemania, Francia, Italia… era algo casi exótico. Para los jóvenes de hoy en día esto ya es algo muy habitual, como demuestra el hecho de que España sea el segundo país en cuanto a número de estancias Erasmus realizadas en otros países europeos, así como el primer país de acogida de estudiantes vecinos. Esto significa que la movilidad formativa en Europa ha llegado a ser un hecho consolidado y extendido entre los estudiantes, no solo universitarios con Erasmus, sino también de Bachillerato y de Formación Profesional, gracias a los programas Sócrates y Leonardo da Vinci respectivamente.
Superado ya un primer periodo de programación 2000-2006, en el cual los programas mencionados han cumplido los objetivos previstos, la Unión Europea plantea una segunda fase 2007-2013 con el lanzamiento del Programa de Aprendizaje Permanente, que tiene como objetivo general continuar creciendo en número de estancias e intercambios, dedicando especial atención a su calidad.
Ante esta situación se presentan nuevos retos, como son la mejora de la formación en lenguas extranjeras, de la orientación y acceso de los potenciales beneficiarios a este tipo de actividades, así como la mejora y simplificación de los procesos de validación de las competencias adquiridas. Una vez estén superadas estas barreras y en el contexto socioeconómico europeo actual, podremos hablar de normalización de la movilidad.
Los beneficios de las experiencias formativas obtenidas en el extranjero son múltiples y afectan no sólo a los estudiantes, sino también a los centros de formación a los que pertenecen, al sistema educativo y al entorno productivo en general. Más allá de adquirir conocimientos en un campo determinado, las estancias ayudan al desarrollo de capacidades clave como son las lingüísticas, sociales y personales (independencia, adaptabilidad, iniciativa, autoestima…) Al mismo tiempo, estas experiencias benefician a los propios centros de formación aportándoles una dimensión internacional, información sobre otros sistemas educativos y una oportunidad para intercambios de experiencias y buenas prácticas. Todo esto comporta una mejora de la calidad del sistema educativo en tanto que introduce elementos innovadores en los contenidos formativos. Como consecuencia resultan personas mejor cualificadas, lo cual contribuye a favorecer su empleabilidad permitiendo que todos estos beneficios reviertan de manera indirecta en el sector productivo y por tanto en la propia sociedad.
Con frecuencia, se dice que la movilidad es un valor añadido a la propia formación. No obstante, el hecho de que, por ejemplo, en algunas especialidades de Formación Profesional las experiencias formativas en otros países sean algo muy habitual contribuye a que éstas se vean, de alguna manera, como parte integrante del itinerario formativo, como es el caso de la especialidad de Hostelería y Turismo. En esta línea, se puede pensar que llegará el día en que hablar de Formación Profesional implique hablar, también, de movilidad.
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