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Consolidación definitiva del Programa Erasmus como programa de movilidad universitario

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José Manuel Bautista Vallejo. Profesor Titular del Departamento de Educación de la Universidad de Huelva; María Cinta Aguaded Gómez. Profesora Asociada del Departamento de Educación de la Universidad de Huelva
El proceso de Bolonia tiene entre sus objetivos armonizar las enseñanzas y favorecer la movilidad de los estudiantes. Para ello se ha adoptado, cosa que aplauden todos los que están implicados en la gestión de los programas de intercambio y movilidad universitaria, el sistema de créditos europeos (ECTS), así como un sistema de calificación que permita una conversión fácil al sistema de calificaciones y grados ECTS. El crédito europeo (ECTS), como sistema, además, fomentará el aprendizaje en cualquier momento de la vida (Lifelong Learning), en cualquier país de la UE o más allá de ella y con cualquier tipo de enseñanza, por su capacidad acumuladora y transferible.

Este panorama no está exento de polémica; como toda innovación educativa que se preste admite críticas y resistencia por aquí y por allí. Unas son fundadas, otras son el resultado de una inercia y una falta de reflexión sobre el significado de las cosas.

No son pocos los docentes que aducen, en una de las múltiples lecturas que tiene la cuestión, que lo que los alumnos hacen allí (fuera de su país de origen, en alusión en ocasiones al Programa de movilidad Erasmus) es completamente diferente a lo que hacen aquí y si su lugar de trabajo va a estar aquí (se trata de un juicio apriorístico sobre el futuro de los estudiantes que de suyo no le corresponde al docente) lo que hagan allí no les sirve, ni le sirve al docente que en cuestión tiene que evaluar.

Es evidente que posicionamientos como éste, más común de lo que parece, dinamita la movilidad y toda posible convergencia con evaluaciones que no tienen para nada en cuenta ningún matiz de la experiencia enriquecedora que los estudiantes han tenido fuera de su país. Se trata de un localismo más, de una visión corta de la realidad universitaria, un peligro de la provincialización a la que la universidad en su historia en ocasiones ha estado sometida, que no se corresponde con los altos horizontes que la institución de educación superior debe tener.

Uno de los elementos esenciales que favorece la movilidad y, por tanto, la posibilidad de estudiar en el extranjero, es el dominio de la lengua del país de destino, o, en su caso, de la lengua inglesa como lingua franca. En este sentido, uno de los principales alicientes de la experiencia Erasmus es el conocimiento de la lengua y la cultura del país de acogida, destacando el hecho de que a veces prolongan sus estancias al término del programa de estudios. Sin embargo, se convierte en un problema para muchos, pues con carácter previo la mayoría tiene pésimos conocimientos del idioma en cuestión, ni siquiera del inglés con niveles medios. Muchos críticos del tema, entre los que nos encontramos, caracterizan a éste como un grave problema dentro del Estado, siendo algunos los que hablan incluso de que al alumno se le ha hurtado la posibilidad de aprender una segunda lengua. No es momento de estudiar esta realidad, aunque por todos los rincones se constata la misma. Claro es, no obstante, que se convierte en una barrera para la movilidad, para estudiar en el extranjero.

Nuestra experiencia en la gestión de cientos de estudiantes en esta situación pone de manifiesto lo siguiente:

Los estudiantes presentan muchas dudas sobre la posibilidad de poder continuar el aprendizaje de la lengua de una forma eficaz de vuelta a sus países de origen. Reconocen al mismo tiempo la absoluta importancia del inglés como lingua franca de comunicación en el entorno académico y profesional, del mismo modo que consideran muy importante de segundas lenguas para mantener la diversidad cultural y lingüística dentro del entorno europeo.

Sorprende que siendo tal la importancia del aprendizaje de lenguas extranjeras no se les esté dando el reconocimiento suficiente como materias comunes generales en el diseño de las nuevas titulaciones. Los estudiantes abogan, por tanto, por la necesidad de incluir en los programas educativos el aprendizaje de, al menos, otras dos lenguas extranjeras para facilitar la movilidad y la armonización en el panorama europeo del siglo XXI.

Es, sin duda, un tema de vital importancia para estudiar en el extranjero. Son las autoridades de política educativa y curricular, los gestores universitarios, a nivel nacional y europeo los que en buena parte deben hacer un esfuerzo especial de índole económico y académico para intentar resolver las carencias de conocimientos lingüísticos de los jóvenes universitarios en el nuevo espacio educativo europeo.
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