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Comunicación y educación: juntas y revueltas
Artículo de opinión
La complejidad social traslada a la educación cualquier cambio que mejore la convivencia de tal manera que, si se hiciera un listado de las continuas nuevas propuestas de contenidos educativos, no habría horas escolares y extraescolares suficientes para impartirlos. El conjunto de profesionales de la educación, a menudo agobiados ante tanta responsabilidad y novedades, observan que su papel es una gota de agua en el conjunto de ese gran río que es la vida social. Hoy las horas de educación formal de un alumno en un centro docente no tienen más peso que el mayor número de horas de la educación informal que le muestra la calle, la moda, el deporte, la publicidad, las amistades, el ejemplo del mundo adulto, el modelo familiar, Internet y el resto de medios.
El continuo flujo informativo que ofrecen los medios de comunicación está ahí y es imparable. Su cometido es ése, si bien ellos también se encuentran mediatizados por un mercado del que dependen para sobrevivir. El nivel de audiencia, las inserciones publicitarias, el número de ejemplares vendidos, de visitas o de descargas efectuadas, son indicadores económicos de funcionamiento que, muy a menudo, condicionan los mensajes que transmiten. Mensajes que calan en el público de los centros escolares porque forman parte de esa gran familia que es la sociedad. Los efectos positivos de la abundancia de información quedan en segundo plano si sus mensajes pueden perturbar determinados clichés que se piensa que son básicos para el mantenimiento del modelo social tradicional. Llegados a este extremo, no se intenta "matar al mensajero” sino que éste maquille sus mensajes para que las conciencias no se perturben debido a esa realidad social que dicen pretender transmitir.
Los medios de comunicación informan (y a veces deforman), transmiten sus mensajes y hacen su papel, aunque la autorreflexión podría ser una nueva asignatura en las redacciones. El libro de estilo ya les define una autorregulación que, si se cumpliera, no deja de ser un procedimiento para ofrecer mensajes de más calidad informativa. ¿Educar? No es su cometido intrínseco, aunque sí pueden ofrecer formatos más aptos para que sus mensajes calen mejor en el público en edad escolar (y, por qué no, también en el resto), sobre todo los medios de comunicación públicos. De hecho, ya hay ejemplos de programas de televisión y suplementos de diarios que se dirigen a aquéllos. Otra cosa es la cantidad de público que tienen y los efectos secundarios que les provocan sus mensajes.
Otra cuestión para reflexionar podría ser qué se hace en las aulas para entender los medios de comunicación, cómo se aprovechan los innumerables recursos que hay y qué formación se le da al alumnado para que sepa por dónde se mueve. Porque, puestos a ello, los medios también podrían exigir responsabilidades a los centros educativos y resto de sociedad sobre la razón por la que en el Estado español se leen tan pocos diarios, por ejemplo. No se trata tanto de echar balones fuera, de culpar a las administraciones, a los mismos medios, a la escasa formación del profesorado en estos temas, al poco tiempo disponible o a los programas curriculares que, por otra parte, también tienen su gran responsabilidad.
La competencia al profesorado no es la educación informal que el alumnado recibe fuera del aula de los medios de comunicación, sino la falta de formación que se le da al alumnado para entender esos medios. La educación hace tiempo que ha traspasado los manuales académicos. Está comprobado que empezar las clases hablando de los temas de actualidad suscita interés y hace que la escuela esté viva, el uso diario de los medios digitales de información provoca más interés que añejos contenidos que también pueden darse, la escritura de textos o noticias sobre la actualidad del centro o del planeta incentiva el gusto por reflexionar, explicar y escribir. Son algunos ejemplos que se ven ya en muchas aulas. Los profesores deberán ser dinamizadores que enseñen al alumnado a entender la realidad que les llega. Así la comprenderán más y podrán formarse mejor un criterio propio tanto de esa realidad como de los mecanismos que usan los medios para ofrecérsela o para construirla.
Se oyen voces o ideas para crear nuevas asignaturas de educación en comunicación (¡y van…!) impartidas por profesionales del periodismo. Si de lo que se trata es de combatir el paro de esa profesión, bienvenida sea. Quizá la principal medida sería formar al profesorado en ello desde las universidades y, sobre todo, incentivar a las autoridades educativas y equipos directivos para que potencien los temas de los programas de las asignaturas que tratan de los medios, extendiéndolos a todas las aulas, de tal forma que la actualidad no sea un recurso ocasional sino diario, como la vida misma. La creación de un ambiente comunicativo en los centros escolares ayudaría a este objetivo: el uso de Internet para ver, seleccionar, comparar, valorar y construir nuevos textos basados en noticias de actualidad; la radio y la televisión educativas, el uso de la lengua y de la informática para crear boletines digitales de información continua sobre la actualidad diaria hechos por profesorado y alumnado, con fotografía digital y vídeo incorporados (un ejemplo podría ser el proyecto comunicativo y la revista digital QUÈ PASSA!, del IES Torre del Palau, de Terrassa, Barcelona, con más de 400.000 visitas en dos años y medio de existencia).
El uso de las Tecnologías de la Información y de la Comunicación, junto con el papel impreso, pueden ser un gran recurso para dinamizar más los centros, siempre que se vea a los medios como una ventana abierta a una actualidad que hay que ayudarle a descifrar al alumno. Al final, comunicación y educación se complementan porque ambas se necesitan para conseguir sus objetivos. Caminan juntas y revueltas.
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