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Educación para la salud y viceversa
Editorial
Para medir la calidad de la educación, es decir, su salud, normalmente sólo consideramos indicadores vinculados a la adquisición de conocimientos. Quizás empieza a ser hora que introduzcamos variables relacionadas con la educación para la salud, en el sentido amplio que he querido utilizar en este artículo.
La salud de la educación en un pueblo primitivo existiría porque tendrían vigencia una serie de preceptos y normas y de prácticas que garantizarían la supervivencia del grupo, clan o tribu, mediante la transmisión de costumbres, tradiciones y creencias y el entreno de técnicas y artes para mantener la vida (comer, vestir, alojarse).
Si trasladamos este concepto a nuestra contemporaneidad observamos que nuestro mundo occidental ha mejorado mucho en bienestar material y que los indicadores básicos de salud (mortalidad, enfermedades, calidad de vida), pero, a su vez, los nuevos estilos de vida y hábitos de consumo generan disfunciones que afectan la futura supervivencia del grupo humano o de algunas de sus tribus urbanas.
Las drogodependencias, la adicción a los videojuegos o los malos hábitos alimentarios que pueden generar anorexia, bulimia o obesidad son tres ejemplos actuales derivados de nuestros nuevos hábitos sociales que pueden ser superados con una buena educación para la salud y, seguramente, con prácticas preventivas de tipo psicológico o pedagógico.
La violencia en algunas aulas, las autolesiones, las situaciones de estrés o los embarazos prematuros no deseados, son otros ejemplos de nuevas problemáticas sociales de nuestro mundo moderno que necesitaría de medidas de anticipación o minimización.
El hecho es que nuestra sociedad postmoderna, ahora, exige a las escuelas e institutos que aporten una solución "salvadora” a estos nuevos ataques a su supervivencia, como exigían nuestros antepasados, sin considerar también cual es el propio rol de las familias, las entidades asociativas (clubes deportivos, por ejemplo), los medios de comunicación o los partidos políticos.
Para medir la calidad de la educación, es decir, su salud, normalmente sólo consideramos indicadores vinculados a la adquisición de conocimientos. Quizás empieza a ser hora que introduzcamos variables relacionadas con la educación para la salud, en el sentido amplio que he querido utilizar en este artículo.
La otra receta es que comparemos el trabajo que se hace en las aulas con la desidia y el mal ejemplo que se produce en muchas familias.
La última recomendación pasa por apostar por la corresponsabilidad entre familias, centros educativos, mass-media y administraciones públicas.
Enric Renau
Editor
Editor@educaweb.com
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