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¿De qué manera los profesionales de los recursos humanos deben impulsar la formación continua de los empleados para acompañarlos en la gestión de su carrera profesional?

Artículo de opinión


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Antonio Vázquez. Profesor del Máster en Gestión de Recursos Humanos de la Escuela de Negocios CEU de Madrid
Las empresas demandan hoy, mas que nunca, talento. Hasta ahora, este término parecía más un hermoso complemento, que una necesidad. Sin embargo, el entramado económico en el que se desarrollan nuestras empresas, lo reclaman ya no como un derecho, sino como una urgente necesidad.

El valor de nuestras empresas es cada vez más un intangible. Cualquier persona que se acerce a comprar un coche, descubrirá que prácticamente son todos iguales. Tienen iguales frenos, volante, ruedas, las mismas prestaciones, medidas de seguridad. Cada vez más, la decisión en la elección de un coche es más un sentimiento, una sintonía, que una valoración pormenorizada de las diferencias de uno sobre otro. Igual nos ocurre con otros muchos sectores: banca, servicios… al final, tomamos elecciones en base a una percepción: nos sentimos más identificados con unos productos que con otros, y sobre esa sensación actuamos.

Es por eso que la realidad humana se ha convertido en el elemento diferenciador de cualquier empresa. Los recursos humanos ya no son recursos, ni un coste para la empresa. Son la realidad básica sobre la que se asienta toda posibilidad de desarrollo. Las empresas lo están entendiendo no como reflexión más o menos bondadosa de su responsabilidad social, sino como una urgente necesidad para mejorar su cuenta de resultados.

Desde ese punto de vista, gestionar la carrera profesional de quienes forman parte de una firma, se convierte en la primera prioridad de nuestras organizaciones. El talento, la creatividad, la capacidad de análisis de nuestro personal es el único recurso que nos permite competir en un mundo donde las tareas mecánicas son realizadas por máquinas, y donde la tecnología parece capaz de hacerlo todo. ¿Dónde se aporta valor?

Formar al personal de una compañía no facilitarle un montón de recursos, ni siquiera ayudarles a alcanzar una serie de habilidades más menos útiles. Formar, como educar, es acompañar a conocer la realidad. Acompañar, que implica no imponer la realidad a las personas. Nuestra realidad. La formación no puede ser algo que se imponga. Es mucho más una invitación, una sugerencia, una visión de un espacio mucho más amplio. No podemos imponer la realidad, por muy convencidos que estemos de que es buena. El don más genuino del hombre es su libertad, y nada ni nadie puede ir contra él.

No podemos imponer la realidad, ni tampoco debemos dejar que la gente la conozca sola. Nadie aprende solo. Todos necesitamos apoyarnos en algo para conocer las cosas. En ese sentido, los programas de formación se valdrán de mil sistemas diferentes que ayuden a conocer (aprender conocimientos) o a desarrollar determinadas habilidades.

La empresa de nuestro tiempo es posiblemente el agente social de mayor magnitud. Dentro de su responsabilidad social no solo está el respeto por la ley o las buenas costumbres, o la obligación de contribuir al bien común. La empresa de nuestro tiempo debe ayudar al desarrollo personal de la persona, entre otras cosas, porque si la persona no se desarrolla como persona en la empresa, no lo hará en ninguna parte. A las empresas les interesa ese reto, como parte de su responsabilidad pero también como la mejor garantía para conseguir que las personas aporten a la empresa lo más genuino: su talento, el activo básico de todo desarrollo.
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