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9%
El fracaso escolar
Editorial
Casi uno de cada tres estudiantes de secundaria (28%) no certifican su titulo de graduado en ESO, una de las peores estadísticas de una Unión Europea. Los chicos y chicas que abandonan sus estudios sin finalizar la ESO padecen, a mi entender, dos tipos de influencias negativas: una de carácter educativo y otra de carácter socio-laboral.
Datos sobre el acoso y la violencia en las aulas -bullying en los mass media- o sobre la dieta escolar han sido portada de muchos periódicos este septiembre del 2006. En algunos casos, magnificando problemas que sólo son marginales y en otros poniendo el dedo en la llaga. En ciertas ocasiones ubicando en la escuela conflictos o disfunciones que son de toda la sociedad y durante todo el año, como si se tratara de un preámbulo de algo que después dejará de ser noticia, aunque seguirá perviviendo.
El bullying existe, pero más que en las aulas, se produce en el entorno social donde viven los niños y jóvenes. Una dieta puede ser parcialmente incorrecta en los centros educativos, pero si analizamos los hábitos alimentarios en los hogares, los diagnósticos serían, probablemente, peores.
Algo parecido se produce entorno a uno de los temas que, para mi, son de mayor calado: el fracaso escolar entre los jóvenes del estado español. Casi uno de cada tres estudiantes de secundaria (28%) no certifican su título de graduado en ESO, una de las peores estadísticas de una Unión Europea que pretende reducir el fracaso escolar hasta el 15% en el 2010.
Los chicos y chicas que abandonan sus estudios sin finalizar la ESO padecen, a mi entender, dos tipos de influencias negativas: una de carácter educativo y otra de carácter socio-laboral.
A nivel educativo, tengo la sensación y algunos datos empíricos que dan a entender que el sistema educativo español no está pensado para superar este reto. Los contenidos académicos, excesivamente generalistas y las metodologías pedagógicas para tratar con el colectivo de estudiantes con mayor propensión al fracaso están anticuadas, en muchos casos. Los profesores de ESO, además, no se han formado en la universidad para tratar con la diversidad que tenemos, actualmente, en las aulas, en un contexto donde el docente ha perdido prestigio social y apoyo familiar y, en algunos casos, la vocación.
A nivel socio-laboral no ayuda para nada la presión de un mercado de trabajo que arranca a los jóvenes de las aulas sin los certificados ESO para contratar baratas a personas con poca cualificación y dedicarlas a la construcción y a los servicios de poco valor añadido (turismo, restauración), a cambio de un salario que sabe a mucho a los 16 y a poco el resto de la vida. Una sociedad que, además, prima más el consumo y la imagen que el conocimiento y los valores del esfuerzo y de la responsabilidad. Una sociedad que admira más al joven cateador con su moto tuneada que al estudiante perseverante que se apasiona por los experimentos de física o por la historia del siglo XX.
La voluntad pública de estimular individualmente la implicación de los centros docentes y sus equipos directivos en reducir el fracaso escolar me parece fantástica. Más recursos económicos, más individualización del tratamiento de la diversidad del alumnado, más tecnología y sobretodo más poder de decisión y prestigio de los profesores son necesarios, aunque me temo que el problema es más global y, a corto plazo, menos solucionable desde las aulas. Y la mayor parte de nuestra sociedad no está para la labor.
editor@educaweb.com
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