Cuando un estudiante se plantea cambiar, por iniciativa propia y por un tiempo, de centro educativo, en realidad se complica la vida.Las universidades y los centros educativos españoles no se caracterizan, precisamente, por provocar grandes sobresaltos a su alumnado. Una vez han superado los primeros cursos, las carreras universitarias o los cursos de bachillerato tienden a convertirse en procesos pautados de consecución de un título a partir de la demostración de la adquisición de unos conocimientos teóricos o prácticos.
Las familias, además, ya saben que durante el período estudiantil de sus hijos tienen unos inquilinos en casa -muy queridos- cuyo principal reto, estudiar, domina por encima de cualquier otro tipo de responsabilidad (aportar ingresos al hogar, tareas domésticas, etc.).
Quien se plantea estudiar fuera, por lo tanto, se complica la vida, insisto, aún más.
Cambiar de compañeros y de profesores. Cambiar de lengua y de estilo de vida. Cambiar de horarios y de alimentación. Cambiar de lugar de diversión y de programas de tele. Quizás hacerse la cama, quizás compartir habitación. Quizás trabajar para complementar la beca. Cambiar siempre es complicarse la vida.
Pero... ¡Qué bueno es complicarse la existencia para vivir nuevas emociones, para salir de la rutina, para aprender un idioma, para comprender que hay muchas maneras de ver las cosas desde otra parte del mundo, para aprender a convivir con gente distinta, para acostumbrarse a la diversidad!
Además, como se señala en un artículo de este monográfico, estudiar fuera es un factor diferencial de cara al mundo del trabajo. Expresa capacidad de iniciativa, de espabilarse, de gestionar la novedad y de hacerlo en otra lengua.
Por lo tanto: ¡A complicarse la vida!, como lo han hecho el último año, más de 21.000 estudiantes del estado español.
Enric Renau
editor
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