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Una nueva aula: ¿Un nuevo profesor?

Artículo de opinión


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Jesús Ramírez Cabañas, Psicólogo educativo en el Colegio Fuentelarreyna y Coordinador de la Sección de Psicología Educativa del Colegio Oficial de Psicólogos de Madrid (Madrid)
En los últimos años han proliferado las nuevas tecnologías y se han ido instalando en las aulas de los centros escolares con cierta parsimonia, pero de manera casi implacable.

En la actualidad es casi imposible asistir a una conferencia y que el orador no venga acompañado de una presentación en "Power Point”, desdeñando aquellas antiguas transparencias, que en realidad, sólo servían para refrescar la memoria del ponente, y que ya dejaban, aún sin querer, en un segundo plano, el uso de la palabra como medio de intercambio de ideas. Es evidente que con dichas presentaciones, el discurso ya no es que quede en un segundo plano, sino que los asistentes, embobados por los dibujitos que el ordenador ha creado, y por el movimiento de sus diapositivas, a veces, hasta pierde el hilo de la narración. Cualquier adulto que haya asistido a una charla puede comprobar en sí mismo, que esto es cierto.

En mi colegio, aún queda una maestra que enseña a multiplicar con una huevera y un puñado de garbanzos, para pasar, más adelante, a la bellísima melodía de la tabla, aún enaltecida por las voces de los niños, e inmortalizada por Machado en aquella "tarde parda y fría de invierno...”, donde entrelazada con los versos, se cantaba aquello de: "cien veces ciento, diez mil, mil veces mil, un millón”. Esto lo recordé hace unos meses en la presentación de un producto elaborado por una editorial de reconocido prestigio, donde no es que quedara embobado, sino que aún me sentí un poco imbécil por haber tenido que aprender durante tantos años, escuchando las explicaciones de mis profesores, por ejemplo, cómo funciona un motor de explosión, en lugar de ver cómo, en unos segundos y frente a mí, se iban encastrando todas las piezas del susodicho motor, situándose bajo el capó de un vehículo y poniéndolo en marcha. El aspecto manipulativo de las hueveras y los garbanzos es similar a las imágenes que el ordenador nos mostraba del motor; con la diferencia de que una huevera y unos garbanzos son más fáciles de transportar al aula que un motor de explosión, y sin embargo, la imagen manipulativa-visual de ambas experiencias es muy similar.

Hace casi veinte años, elaboré un programa de educación sexual para mis alumnos y alumnas de octavo de EGB porque en un viaje de fin de curso, una niña estuvo a punto de morir, primero de miedo, y de vergüenza después, al sufrir su menarquía mientras asistíamos a una de las excursiones programadas, porque nadie le había hablado de ello. El seminario iba apoyado con unas fotocopias de dibujos obtenidos del texto de Masters y Johnson, y el discurso, muy completo y avanzado para los tiempos que corrían, aclaraba más términos de los que aquellos alumnos demandaban. El curso pasado decidí actualizar mi seminario utilizando una preciosa presentación de Power Point, ilustrada con fotografías, dibujos y películas de corta duración, y la Dirección de mi colegio me lo censuró por considerarlo obsceno. Sin embargo, desde que comencé a impartir la asignatura optativa de Psicología en 2º de Bachillerato, en 2001, hasta hoy, he realizado algunas modificaciones acorde con los tiempos, y en la actualidad, hago uso de un cañón, con el que proyecto imágenes de mi ordenador, y al estar conectado por red inalámbrica wi-fi a Internet, puedo intercalar páginas web e información de última hora relacionada con síndromes como el TEPT, o leer artículos publicados en revistas especializadas, por citar algún ejemplo. Desde aquel inicio hasta hoy, he de reconocer que dedico cierto tiempo a la preparación de mis clases, pero mucho menos que el que entonces utilizaba tratando de hacer algo más amenas mis explicaciones. Las calificaciones de mis alumnos y alumnas han mejorado ostensiblemente porque les cuesta mucho menos estudiar, ya que el recuerdo visual es mucho más duradero que el auditivo, y la combinación de ambos, produce un efecto emocional aún más fácil de recordar.

En alguno de los centros que he visitado, he encontrado aulas comunes, en lugar de las típicas líneas o secciones, donde se han dispuesto rincones con todo tipo de material tecnológico, para que los profesores trabajen con aquellos alumnos que tienen dificultades de aprendizaje. El aula común tiene un cañón pegado al techo que enfoca sobre una pantalla situada de tal manera que no cubre la pizarra, por lo que es posible utilizar ambos recursos. Esto permite que un profesor explique, por ejemplo, una figura piramidal y al tiempo que desarrolla las fórmulas en la pizarra, los alumnos puedan ver su desarrollo en tres dimensiones.

Otros centros, aún más avanzados, disponen solamente de medios tecnológicos, de manera que la clase se convierte en algo virtual, entendido dicho término, no en su acepción clásica, sino como algo inexistente pero hecho realidad. Aquí el profesor deja su función docente en manos de las máquinas.

¿Cuál de los modelos expuestos es mejor? Eso depende de cómo tratemos de evaluar los resultados. En mi caso, como ya he dicho, el profesor sigo siendo yo y los recursos son solamente recursos. De esta manera, es posible aumentar al máximo la atención sostenida, o dicho en otras palabras, el tiempo que los alumnos son capaces de mantenerse atentos a las diferentes explicaciones, y el resultado es evidentemente mejor puesto que aumentan sus calificaciones. Es el mismo caso del colegio en el que todos los alumnos están congregados en el aula común, aunque aquí existe la ventaja de que aquellos que tienen dificultades de atención o de aprendizaje, van a recibir un complemento en uno de esos rincones equipados con medios tecnológicos adicionales. Claro está que no es lo mismo un segundo de Bachillerato, que es donde se imparte la asignatura optativa de psicología, que un 1º de ESO, donde los alumnos aún necesitan este tipo de apoyos. En el tercero de los modelos expuestos, donde no existe la figura del profesor conforme la entendemos, tampoco existen los exámenes, utilizando un modelo de evaluación que a mí aún me resulta difícil de entender, y mucho más de valorar.

En cualquier caso, creo imposible que nadie pueda instruir a la profesora de mi colegio para que utilice algo más moderno que sus hueveras y sus garbanzos, por cierto que últimamente he visto que los ha pintado de colores para discernir entre las unidades, las decenas y las centenas, (se ha modernizado). Y, en cualquier caso, también, sus resultados son excelentes porque todos sus niños, además de aprender a multiplicar al uso, saben lo que están haciendo, y dudo que eso lo pudiera conseguir por otro medio por moderno que éste fuera.
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