Hay quien vincula el verano al ocio, es decir, al no hacer nada. Hay quien lo relaciona con el tiempo libre para poder hacer cosas que, habitualmente, no son posibles debido a las exigencias de la vida "normal” como estudiante o persona con una actividad laboral. A mi me parecen respetables ambas actitudes o la combinación de las mismas, pero, particularmente, prefiero ocupar el verano en actividades que la vida cotidiana te impide desarrollar habitualmente. Lo mismo pienso para mis hijos. Me da la sensación que aprovecho el verano.
Lógicamente, para una persona desempleada o jubilada el verano no tiene porqué significar nada especial. Pero para un estudiante al que se le exige un rendimiento para sacar un curso adelante o para un profesional que tiene que cumplir unos objetivos y asumir unas responsabilidades, el verano podría significar un período donde elegir libremente actividades formativas o de educación en el tiempo libre sin otro límite que su propio interés.
Habrá quien prefiera formarse en un ámbito específico más allá de la propia actividad laboral o estudiantil. Habrá quien preferirá reforzar habilidades transversales como la informática o los idiomas, la capacidad de comunicación o de organizar equipos o mejorar en temas de gestión, porque así se sentirá más cómodo al retomar la vida tradicional. Habrá quien aprovechará el verano para ampliar su formación cultural estudiando historia, música o cualquier ámbito de las humanidades o de las ciencias. Habrá gente que dedicará su verano a estar en contacto con la naturaleza, con otras realidades sociales o geográficas o dedicar su tiempo libre a la cooperación internacional o al voluntariado.
Lo importante, desde mi punto de vista, es saber buscar y escoger la mejor alternativa para cada uno. Hay una importante oferta de actividades, que en algunos momentos genera confusión, y es bueno que uno se informe y se asesore sobre las posibilidades para aprovechar su verano según sus valores e intereses.
Enric Renau
Editor
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