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Educación y fundamentalismos de distintos colores
Editorial
Ante las crisis, menos dogmas, más conocimiento de la historia y de quiénes somos y más libertad. Más cultura, en definitiva.Debemos educar ciudadanos, no súbditos ni sólo individuos del mundo.
Crisis en el sentido etimológico de "momento en el que se produce un cambio muy marcado”. Crisis porque el monopolio tradicional de las familias y la escuela ha dejado paso a la potente influencia de los medios de comunicación de masas e Internet. Crisis porque algunos de los valores que la educación tiene que transmitir han cambiado y otros han desaparecido. Crisis porque las culturas se están mezclando y la interculturalidad es un signo de nuestros tiempos. Crisis que no tiene que vivirse sólo como un problema, sino también como una gran oportunidad.
No es ahora el momento de buscar las causas y las consecuencias de tal crisis, aunque habría motivos para escribir no sólo un artículo sino varias tesis doctorales sobre la cuestión.
El problema de verdad es que tal reflexión, tal crisis de valores y de modelo educativo, sólo es válida para una parte del mundo que hemos llamado occidental o desarrollado.
En primer lugar, porque en la mayor parte de los estados islámicos la educación de niños y jóvenes y la socialización de hombres y mujeres está casi totalmente dominada por la religión y la religión no está separada del poder político. El monopolio de los valores depende de la interpretación unívoca del Corán que hacen sus lites religioso-políticas. De los valores pasamos a los dogmas.
En segundo lugar, porque en una parte de los países europeos o de la América rica, y por su puesto, en España, la respuesta ante la pluralidad de valores, la interculturalidad y la secularización de la sociedad ha sido la cerrazón tradicional-conservadora.
Dicho de otro modo, ante la crisis de valores y del papel de la educación hay quien, desde la derecha, ha optado por recuperar el pasado monolítico, monocultural y monotodo, intentando imponer una visión única del mundo (o de España, por ejemplo) desde el modelo educativo, aunque sea a costa de cargarse todo lo bueno que hayamos aprendido del pluralismo y de la libertad.
En tercer lugar, también está el extremo relativista-dogmático, que no sitúa la educación más que en un hipotético mundo globalizado donde todo vale y nada es de ningún sitio concreto. Como si no existiera la cultura, como si no hubiese existido una historia, unas tradiciones y unos valores de influencia (no sólo, pero predominantemente cristiana) que aún sirven para explicarnos quién somos, de dónde venimos y como nos gustaría avanzar hacia el futuro.
Ante las crisis, menos dogmas, más conocimiento de la historia y de quiénes somos y más libertad. Más cultura, en definitiva.
Educar ciudadanos, miembros de una comunidad, no súbditos ni sólo individuos del mundo.
Enric Renau
editor
editor@educaweb.com
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