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Buscadores de Senderos
Artículo de opinión
No creo encontrar una mejor definición para expresar de forma tan clara y a la vez tan sencilla la tarea y el ánimo de los profesionales de la orientación académica y profesional. La desorientación en la que nos vemos inmersos actualmente debido en gran parte a los cambios sociales constantes, la evolución vertiginosa de los medios técnicos y, sobre todo, a las nuevas demandas del mercado laboral -las cuales han marcado el desarrollo de nuevos métodos, véase la gestión por competencias que prolifera en los procesos de selección en detrimento de la concepción clásica de selección- hacen del trabajo del orientador una búsqueda constante de senderos.
Como buscadores de senderos formativos nos vemos abocados no sólo a motivar en la idea de la importancia de la formación continua, que es clave, sino que también debemos y tenemos el deber de estar en constante aprendizaje, buscando nuevos y mejores modelos a seguir adaptados a los diferentes cambios, haciendo uso, claro está, de las señales sociales. No podemos obviar el contexto social, el grupo. En ese sentido, la orientación no debe ir dirigida únicamente a la formación individual para suplir carencias concretas sino que debe tratarlo como tal y también como parte integrante y significativa de un grupo. Por lo tanto, en esta década nos encontramos con grandes retos que afrontar; no sólo debemos dedicar nuestros esfuerzos a la formación en sí, sino que debemos facilitar y potenciar la integración del individuo, hacerlo formar parte significativa y necesaria de la sociedad.
Resulta primordial también dotar a las nuevas generaciones de la idea de la necesidad del aprendizaje continuo. El modelo de formación clásico plantea la formación como un etapa previa y anterior a la época laboral. En la actualidad este planteamiento ya no es operativo. Lo que hace unos años era imprescindible, hoy está obsoleto. Tal y como indica el Consejo de la Unión Europea, en su resolución 18/05/2004, se hace imprescindible una formación permanente por parte de los profesionales, ajustando sus servicios a las nuevas necesidades que surgen en las diferentes etapas vitales de las personas, tanto dirigido a las habilidades laborales ligadas a un conocimiento en concreto como a la potenciación de las competencias personales.
Así pues, el modelo ideal a seguir resultaría el que englobe los esfuerzos coordinados de todos los agentes afectados: la Administración, las universidades y las empresas. Esta colaboración debería ser el motor de la formación permanente proponiendo, desde los diferentes agentes, servicios diferenciados y complementarios.
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