Hay una historia reciente que explica bien esta frustración y la consiguiente insatisfacción de los usuarios. Hace escasas semanas recibí una invitación a participar en una licitación en la que la empresa convocante solicitaba un Programa de Formación para la Inducción de sus funcionarios vía e-learning. Como era de imaginar, entre los productos esperados figuraba en primer lugar una plataforma, se solicitaban "evaluaciones que permitan medir el grado de comprensión de los contenidos” y se pedía "un sistema de formación e-learning (con lo que eso signifique) sobre la base de un tutorial que comprenda las siguientes áreas de formación”:
- BIENVENIDA AL PROGRAMA
- MÓDULO I: Definiciones estratégicas
- Misión, Visión, Objetivos Estratégicos, Productos Estratégicos
- Estructura organizacional, Macrofunciones
- Programa de Mejoramiento de la Gestión (Áreas y sistemas)
- MÓDULO II: Normativas legales vigentes
- Ley de Nuevo Trato
- Estatuto Administrativo
- Ley de Probidad
- MÓDULO III: Manual de Recursos Humanos
- Políticas y procedimientos
- Derechos y Deberes
- Otras materias de interés
A lo largo de la siguiente semana se plantearon dudas y aclaraciones por parte de los interesados. Aposté a que ninguna de las empresas participantes iban a preguntar algo obvio: ¿Por qué este cliente quiere hacer un curso de inducción? Gané la apuesta. Me temía también que alguien había decidido que este curso es imprescindible y a partir de ese momento, toda la maquinaria se pone en marcha sin saber muy bien cual es el problema que se persigue solucionar. Y aposté también a que el cliente entregaría un manual, o un powerpoint, con los contenidos y por supuesto pensaría que cumplió con su cometido. Así fue.
De esta breve historia real, se derivan algunas conclusiones:
- ¿La empresa realmente pretende que los usuarios aprendan? ¿O pretende que mejoren su desempeño? No va a ocurrir ninguna de las dos cosas: olvidarán la mayor parte de lo que lean y lo que recuerden no serán capaces de aplicarlo. No merece la pena enseñar aquello que no se puede aplicar inmediatamente ni se puede practicar repetidamente.
- ¿Cuanta gente conoce la misión de su empresa? ¿Y qué aprenderán de ella? Y aunque la conociesen, ¿Qué repercusión tiene en su rendimiento? No basta con saber el Qué y el Cómo si no sabes el Porqué (es decir, si no participaste en la creación de esa Misión).
- ¿Contarles todas esas cosas a los alumnos es la mejor manera de que aprendan? ¿Por qué querrían aprender esos 3 Módulos? ¿Cómo les van a ayudar las Macrofunciones en su trabajo diario? ¿Se encontrarán habitualmente con situaciones donde tengan que aplicar los Objetivos Estratégicos? ¿Los test de respuesta múltiple son la mejor manera de evaluar el conocimiento? ¿Es posible convertir esta lista de contenidos irreales en una experiencia práctica y activa? Se puede, créanme, solo hace falta imaginación.
- ¿Necesitamos tecnología para mejorar la formación? Quizás primero haya algunas otras cosas que arreglar.
Para aprender hay que recordar y también hay que entender, para entender hay que explicarse y para explicarse hay que hacerse preguntas. Algo me dice que en este curso no habrá mucho espacio para ellas.
¿Dónde están los usuarios en todo esto? Sería un verdadero milagro que los alumnos realizasen este curso y todavía fuesen capaces de hablar bien de él y recomendárselo a otros compañeros como quien recomienda un buen libro, una buena película. Sin embargo, creo que es importante destacar que este problema no tiene que ver con la modalidad en que se imparte la formación, es decir, no es exclusivo de la formación virtual. Hay algunos buenos cursos presenciales (pocos, por desgracia) y algunos buenos cursos virtuales (menos todavía), por tanto la inutilidad no la determina el formato. Pasa lo mismo con la televisión, la mayoría de los programas son horrendos pero la culpa no la tiene el medio porque al mismo tiempo existen algunos que merecen la pena.
Lo que ocurre en realidad es bastante simple. Para todas las personas, formación es sinónimo de aula o clase, de profesor que habla y de alumnos que escuchan. Nadie lo pone en duda, al fin y al cabo son ya varios siglos de tradición alrededor del cual se ha creado un prospero negocio. Alguien decide lo que debes aprender, cómo y cuándo debes hacerlo y a ti como usuario sólo te queda seguir las instrucciones. Si lo miramos en términos económicos, las aulas son una buena solución ya que han permitido universalizar la educación que previamente estaba al alcance de unos pocos privilegiados. ¿De qué otra forma se puede alcanzar esa meta si no es poniendo un profesor para cada 30, 50 ó 100 alumnos, haciendo que todas las carreras duren lo mismo, se dividan en asignaturas, se aprueben mediante exámenes, etc.? Si lo miramos en términos educativos, se trata de una auténtica aberración ya que la calidad se ha resentido enormemente. Se ha sacrificado calidad por cantidad. ¿Cómo prefieres aprender a jugar a tenis, con un profesor particular en una pista de tenis o compartiendo el profesor con 30 compañeros más y sentados en un aula? Cualquier educador admite que el modelo del aprendiz es infinitamente más efectivo pero sin embargo se ha abandonado no porque no sea la mejor opción sino por razones económicas. Piensen, por ejemplo, en cómo aprende un niño a caminar y hablar. Mientras no seamos conscientes de que el modelo de la escuela no es el modelo más adecuado para aprender, seguiremos teniendo problemas, da lo mismo que sea en el ámbito presencial o virtual. La solución no pasa por virtualizar las clases, pasa por cambiar completamente el modelo y ceder el protagonismo a los alumnos/usuarios. Las personas aprenden haciendo, equivocándose, reflexionando sobre su error e intentándolo de nuevo y no aprenden simplemente porque un profesor les cuente cómo son las cosas. Eso es aburrido y todos lo hemos comprobado en carne propia y durante largos años. Sin práctica no hay aprendizaje, sin reflexión no hay aprendizaje y sin feedback no hay aprendizaje. La solución, tanto para formación presencial como virtual, pasa por diseñar experiencias (y no contenidos) donde el alumno tenga que practicar (y no escuchar o leer) y donde el profesor desempeñe un rol de facilitador, de apoyo cuando el alumno lo necesite y lo requiera. Evidentemente, estamos muy lejos de que eso ocurra porque todo curso no deja de ser una sucesión de contenidos mejor o peor organizados pero que no se parecen en nada a la realidad para la que queremos preparar al alumno. Formación implica que puedo practicar y entrenar el trabajo que me espera (me anticipo y además lo hago en un entorno libre de riesgos). Pero ocurre que los profesores no quieren ceder sus potestades y los que se atreven, no saben como hacerlo. ¿Y todavía seguimos esperando que los usuarios disfruten de la experiencia?
Hay quien defiende que en la formación virtual existe menos nivel de compromiso de los alumnos y de nuevo asumen que el compromiso depende del formato. Diariamente muchos matrimonios fracasan y sin embargo y durante años viven en permanente contacto cara a cara, al fin y al cabo duermen juntos todos los días. El compromiso y la motivación son elementos muy personales y hay muchos factores que inciden sobre ellos. Las personas tenemos objetivos que nos interesan y trazamos y ejecutamos planes y acciones para alcanzar esos objetivos. Aprender es un medio para alcanzar un objetivo y al igual que el verdadero conocimiento es inconsciente, el verdadero aprendizaje también lo es. Si echamos un vistazo a nuestro alrededor, en un día cualquiera es posible que mantengamos mayor número de interacciones virtuales (con personas que muchas veces ni siquiera conocemos) que interacciones físicas con personas en nuestra organización o entorno familiar. El compromiso de esas interacciones no es mayor o menor por el hecho de ser virtuales sino que dependerá de cuánto nos interesa, cuán importantes son para nosotros. Estamos en pleno tránsito de la cultura oral (aula) a la cultura escrita (leer en computador y escribir). Es evidente que estamos todavía tratando de adaptarnos a vivir y relacionarnos en un mundo que cada vez utiliza más intensamente la tecnología para comunicarnos, aprender y trabajar. Pero al final de cuentas, hay un ser humano en un extremo y un ser humano en el otro y la herramienta que existe en medio no tiene poderes ni mágicos ni perversos. Un cuchillo, que no deja de ser tecnología, sirve igualmente para cortar el pan y untar mantequilla y para cortarle la yugular a tu vecino. Es innegable que el contacto físico, hoy en día, puede permitir explotar todos los sentidos y toda la inmediatez de la comunicación. Pero conozco miles y miles de aulas donde la única voz que se escucha es el monólogo del profesor y donde el único compromiso que existe es aprobar o terminar el curso cuanto antes independientemente de lo que se aprenda. Hay experiencias que demuestran que el nivel de participación de los alumnos en un curso virtual bien diseñado es infinitamente superior a un aula presencial y la calidad de sus aportaciones es sobresaliente. Las personas comparten, colaboran y se relacionan porque quieren, en general ocurre de forma voluntaria pero para ello tiene que existir una atmósfera que lo promueva. Esa atmósfera se puede crear en un ambiente virtual sin muchos inconvenientes y con algunos beneficios adicionales pero desde luego no es nada obvio y los principios que rigen en la formación presencial no son de gran utilidad.
En definitiva se sigue hablando demasiado de "learning objects”, de estándares y de plataformas pero esto no es más que un ejemplo indudable de que lo que tenemos hoy es una réplica casi exacta del modelo presencial, de una mentalidad económica de la educación.
Para mejorar la satisfacción, hay que pensar primero en el cliente y el mundo de la educación no sabe hacerlo porque nunca lo ha tenido que hacer.