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El verano y la educación
Editorial
La dimensión educadora del verano tiene que plantearse de una forma más subliminal e indirecta que siguiendo unas pautas rígidas y unos objetivos a corto plazo. Pero tiene que existir. Y a la larga habrá valido la pena.
Pienso, en primer lugar, en los niños y niñas que participan en actividades de tiempo libre, campamentos, campos de trabajo, travesías y encuentros con la naturaleza. Actividades que complementan la convivencia y la autogestión de sus cosas, con el conocimiento del entorno natural, cultural o urbano.
También es remarcable la cantidad de jóvenes que aprovechan el verano para aprender idiomas en el extranjero y los que utilizan su tiempo entre cursos para viajar conviviendo con personas de otras culturas y lenguas.
En tercer lugar, en los meses de verano, muchas empresas y, sobretodo, muchos profesionales aprovechan sus jornadas intensivas y la reducción relativa de la presión de los clientes o usuarios para realizar cursos y cursillos de especialización y reciclaje.
Finalmente, ya en período vacacional, madres, padres e hijos conviven algunas semanas. El ejemplo convivencial es otra forma de educar. Ya sin excusas de que "papá trabaja mucho y está cansado” o sin los límites horarios de las jornadas de trabajo y estudio, las familias pueden ejercitar intensivamente su rol educador en materias como la igualdad entre sexos, la distribución de las tareas y responsabilidades o, simplemente, la lectura. Quizás, por esta razón se producen tantas separaciones post-estivales.
La dimensión educadora del verano tiene que plantearse de una forma más subliminal e indirecta que siguiendo unas pautas rígidas y unos objetivos a corto plazo. Pero tiene que existir. Y a la larga habrá valido la pena.
Enric Renau
editor
Editor@educaweb.com
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