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La tecnología como instrumento de transformación continua del conocimiento

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Elena Barberà. Profesora de los Estudios de Psicología y Ciencias de la Educación. Universitat Oberta de Catalunya y Nova Southeastern University (Florida, EEUU)
Mientras que la definición académica y cotidiana de alfabetización digital está altamente consensuada por la mayor parte de los sectores que conforman la actual sociedad occidental, y también mientras que el uso de los materiales digitales incrementa considerablemente en todos los ámbitos de la vida, parece que las competencias que se deben desarrollar para ser un ciudadano exitoso en este contexto y, sobre todo, cómo se deben desarrollar son objeto de numerosos estudios inconclusos. Ello no debe extrañarnos puesto que las competencias de cariz digital que se precisan simplemente para funcionar habitualmente no son sólo muy cuantiosas en número sino que están en continua evolución.

Si bien cada día podríamos identificar la emergencia de numerosas maneras específicas de proceder relacionadas con la tecnología, la paradoja tecnológica sigue estando presente. Es decir, la tecnología irrumpe en la vida humana para facilitarnos la existencia y, sin embargo, parece que nos la complica haciéndonos "estudiar" nuevos modos de sumergirnos en entornos donde no hubiéramos accedido nunca sin su impulso. Y la realidad de la tecnología es que no es sólo un medio que se requiere utilizar sino que es un instrumento cultural de transformación: su uso continuado nos modifica para siempre. En este contexto la tecnología se asocia con nosotros y nos lleva a cotas más altas de ejecución proporcionándonos la posibilidad de alcanzar nuevas destrezas que solos no hubiéramos conocido. El socio tecnológico nos cambia e incluso nos divide severamente entre los que tienen acceso habitual a la tecnología y los que no la tienen, pero también entre los que lo tienen puesto que promueve grupos correspondientes a uno u otro tipo de tecnologías.

Todo ello dota de una importancia especial la alfabetización digital y, aunque demanda requisitos claramente específicos, no está separada de la alfabetización general. Esto es, no existirá alfabetización digital alejada de la alfabetización en competencias fundamentales como son el leer, escribir, contar o resolver problemas aunque, lo admitimos, de diferente manera. Aceptado que la asociación con la tecnología solicita competencias fundamentales, éstas se vehiculizan por medio de nuevas competencias más específicas: leer un mensaje de teléfono móvil requiere decodificar signos y símbolos de distinta naturaleza, ordenar archivos en una PDA supone puntear iconos reconocibles y jerarquizar los contenidos interrelacionándolos, resolver problemas espaciales mediante el uso de GPS exige la introducción manual o física de parámetros especiales, y podríamos seguir con un largo etcétera de acciones ya cotidianas que combinan las capacidades básicas del ser humano con la especificidad aplicada de los requerimientos tecnológicos.

Pero, ¿dónde se deben aprender estas competencias específicas referidas al uso tecnológico? Está claro que la alfabetización se ha dejado hace tiempo en manos de los centros escolares que contribuyen de manera efectiva a la socialización de los individuos de este modo. Leer, escribir, contar y resolver problemas es tarea de las escuelas, pero ¿lo es también hacerlo mediante diferentes medios y llegando a todas las competencias específicas que emergen constantemente? Si es así, ¿cómo podrá asumirlo? Si no es así, ¿qué criterios aplicará para decidir cuáles debería incluir y cuáles no?

Pero lo que ha sucedido de manera natural en el contexto de la vida cotidiana, que es la inclusión natural del uso de la tecnología para fines prácticos, no puede suceder de la misma manera en un contexto escolar. Por definición el contexto escolar es un contexto artificial altamente simbólico y la tecnología es un medio que resuelve problemas prácticos muy concretos y, si no es así, pierde su propio sentido de medio. La funcionalidad de los contenidos escolares es todavía un tema pendiente que la tecnología agrava con su rapidez y por la dilatada expansión de sus posibilidades aplicadas. Es en este momento que el medio se convierte en fin observándose un cierto desvío en los contenidos de aprendizaje hacia algo excesivamente voluble o cuanto menos efímero.

La presencia de la tecnología en nuestras vidas no va asociada a ausencia de decisiones sino que exige otras decisiones de diferente naturaleza. Si la alfabetización digital supone usar tecnología para acceder, manejar, integrar, evaluar y crear información con relación a poder funcionar ágilmente en la sociedad de la información, también sabemos que este uso no se adquiere de manera completa sino que responde a diferentes grados de pericia. Es entonces cuando en este proceso de adquisición progresiva de competencias es factible que aparezcan momentos presididos por la desorientación en el que el medio se confunda con el fin y se dé más importancia a la práctica intensiva del medio tecnológico que a la finalidad que gobierna su uso y da sentido a su aplicación. Este posible olvido de la finalidad concreta que anima todo uso de la tecnología en un entorno particular, aunque sea momentáneo, repercute en el ámbito escolar y en la cotidianidad y se presenta en forma de diferentes efectos, entre ellos uno de los más visibles es el alto consumo de tiempo con relación a la producción derivada de su práctica.

Por ello, observando la eventualidad de los recursos tecnológicos se debe reconocer de un modo explícito que la tecnología "toma decisiones" automatizadas y mayoritariamente previsibles una vez nosotros le hemos dado el permiso correspondiente mediante una orden de mayor trayectoria. Y como ya no hay vuelta atrás parece que son este tipo de decisiones de orden superior sobre las que se debe incidir en los procesos formativos. Esta es una de las condiciones que nos impone el socio tecnológico puesto que a pesar de que se presenta como un mero medio posee su propio código hecho que lo convierte en un mediador influyente que nos transforma haciendo evolucionar nuestras propias competencias que a su vez van cambiando a lo largo del tiempo en un continuo movimiento transformador del conocimiento.
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