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Alfabetización digital: ¿y la universidad qué?

Artículo de opinión


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Senén Barro Ameneiro, Rector de la Universidade de Santiago de Compostela
En su mensaje del Día Mundial de las Telecomunicaciones celebrado el 17 de mayo pasado, Yoshio Utsumi, Secretario General de la Unión Internacional de Telecomunicaciones (ITU), exponía que 20 años después de que el "Informe Maitland” constatara que sólo una parte de la humanidad estaba accediendo a los beneficios de las tecnologías de la información y las comunicaciones, mientras la mayoría continuaba "aislado”, lo que dio en llamarse la brecha o exclusión digital, la situación no había mejorado demasiado.

Para la segunda cumbre mundial de la sociedad de la información, que se celebrará el próximo noviembre en Túnez, la ITU vuelve a insistir en la necesidad de extender la comunicación basada en las tecnologías de la información para conectar distintos pueblos y gentes, evitando las divisiones geográficas, económicas y de información. "Ni en el nombre del sentido común ni de los intereses comunes de la humanidad puede ser aceptado tal disparate”. Finalizaba la alocución con el lema del mencionado día mundial de las telecomunicaciones: "Crear una sociedad de la información equilibraba: es tiempo para actuar”.

Más recientemente, en los pasados días, la propia ITU presentaba en Ginebra un proyecto para conectar todos los hogares del mundo en el 2015, con un coste de unos 250 millones de euros -Proyecto "Conectar el Mundo”-. La razón: un 20% de la población mundial no tiene ningún tipo de conexión o acceso a las TIC, incluidos los medios más básicos, lo que compromete gravemente su desarrollo socioeconómico.

Pero, ¿es la disponibilidad de infraestructura tecnológica el factor clave para superar la exclusión digital? Me atrevería a decir claramente que no. Pero esto debe ser explicado, siendo absolutamente cierto que sin capacidad de acceso a las redes, sin conectividad y equipamiento, no es posible disponer de ciudadanos digitalmente conectados, no es menos cierto que se constata de una forma cada vez mayor la exclusión que se produce en aquellos que teniendo dicha disponibilidad de conectividad, carecen de otras condiciones para hacerlo. En primer lugar el coste de acceso a los servicios - el acceso ha de ser no sólo posible sino sufragable - ; también la exclusión idiomática que para muchos pueblos suponen los contenidos de la red; la enumeración es larga, pero quiero centrarme de una manera especial en las habilidades y formación necesarias para hacer un uso eficiente, adecuado y eficaz de las tecnologías de la red.

Las universidades tenemos dos objetivos fundamentales en nuestra labor, que son la docencia y la investigación. La formación de los individuos en su nivel superior es por lo tanto una de las tareas básicas que nos encarga la sociedad. ¿Cabría concebir hoy una formación superior profesional y personal que no tuviera en cuenta la alfabetización digital? No. Hoy es impensable la inserción social y profesional sin las habilidades y conocimientos tecnológicos necesarios para manejarse en la sociedad global que nos ha tocado vivir. Navegar por la red y saber localizar la información precisa; intercambiar información mediante herramientas básicas de correo y foros electrónicos; manejar herramientas ofimáticas básicas y de aplicaciones sectoriales profesionales; hoy el concepto de analfabetismo, utilizado históricamente, debería sin duda ampliarse a aquellos que son digitalmente analfabetos. Parece ya admisible que al igual que una persona incapaz de relacionarse a través de la lectura y la escritura era una persona con serias limitaciones para desarrollarse en la sociedad del siglo XX, hoy comienza a ocurrir lo mismo para quien no es capaz de hacerlo a través de las TIC. Por ello, la alfabetización digital o, como me gusta decir, la "cerounización”, debe comenzar en los niveles más incipientes de la educación básica, para ser adecuadamente fomentada e incrementada en las siguientes etapas, incluida la universitaria, independientemente de la disciplina de estudio.

Si disponemos de los contenidos y facilidades de intercambio y comunicación que permitan a nuestros alumnos encontrar en los campus virtuales una prolongación y complemento natural de la docencia presencial; si acostumbramos a nuestra comunidad universitaria a acceder en la web a toda la información de servicios y administrativa e incluso a relacionarse con la universidad mediante este camino telemático -la firma electrónica nos proporciona la seguridad jurídica para hacerlo-; si nuestros estudiantes - como ya hacen en la USC- reciben sus notas en sus teléfonos móviles -un 98% de ellos cuentan con uno-, con la misma naturalidad que hasta ahora consultaban los tablones de anuncios; si hacemos todo esto también estaremos ayudando de forma decidida, y no a través de la formación explícita, a educar a los ciudadanos del mañana, ya del hoy, digitalmente activos.

Pero hay otra labor en la alfabetización digital que también las universidades debemos impulsar: se trata no sólo de la formación de nuestro colectivo sino de la sociedad en general. Si en nuestras instituciones disponemos de conocimiento, personal formado y capacitado para la enseñanza, infraestructuras y medios de apoyo -aulas de informática, plataformas de enseñanza a distancia...-, parece razonable pensar que estos recursos pudieran ser también utilizados para formar a aquellos "con mayor exclusión digital”. Iniciativas para colaborar con las pequeñas empresas, ausentes en general de este proceso de formación; la posibilidad de que nuestros propios alumnos actúen de "prescriptores digitales”, reconociéndoseles este trabajo como parte de su formación: los caminos pueden ser amplios, y están aún en buena medida por explorar.

Como responsable de una universidad pentacentenaria, soy un firme convencido de la obligación que tenemos para con nuestra sociedad de implicarnos en la cerounización digital en todos los niveles. Para nuestra comunidad universitaria, con competencias específicas para las distintas áreas o ámbitos de formación e investigación; pero también para la sociedad en general, poniendo nuestros recursos y conocimiento a favor de los colectivos digitalmente deprimidos. Esperamos seguir avanzando en este camino, algo necesario en esta transformación radical de las universidades que estamos viviendo, la más radical, como dice Peter Drucker, desde la llegada de la imprenta y el libro al mundo universitario.
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