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Movilidad y valores

Editorial

Sin renunciar a las bondades de la movilidad recomiendo a las autoridades, que se planteen estrategias alternativas al "mejor sueldo” y "mejor empleabilidad” para los miembros de familias con valores distintos a los que se impulsan desde las esferas tradicionales. Para muchas personas, formar parte activa de una comunidad o tener más flexibilidad y capacidad de decisión autónoma, puede tener mucho más valor que una mejora en el currículo, un Audi A4 o un sueldo de película de yuppies de los 90.


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Existe una tendencia entre los responsables políticos y las instituciones educativas y laborales de considerar la movilidad geográfica como un factor positivo.

La movilidad es, por ejemplo, uno de los puntos clave del Espacio Europeo de Educación Superior. En la última -y delicada- reunión del Consejo de Ministros Europeos de Educación, en Bergen, por ejemplo, se han acordado medidas para eliminar barreras legales en la movilidad de estudiantes, profesorado e investigadores. Se han incrementado, también, los programas de becas y de préstamos para la movilidad internacional.

La movilidad geográfica, por otro lado, es considerada una medida para erradicar las bolsas de paro de determinadas regiones europeas y españolas.

La movilidad geográfica, también, parece que proporciona mejores empleos a los que universitarios que la ejercitan, según un estudio del Observatorio de Inserción Profesional y Asesoramiento de la Universidad de Valencia por seis razones: mejores sueldos (31,5% superiores), mayor satisfacción con el sueldo percibido, mayor relación del empleo con lo estudiado, mayor probabilidad de ejercer cargos de responsabilidad, menos enchufismo y acceso a empresas de mayor dimensión.

Entonces, ¿por qué, en Europa -sobretodo la Europa mediterránea-, la gente estudia y trabaja lo más cerca de casa que puede? ¿Alguna razón existirá?

Dos factores de tipo sociocultural responden, probablemente, este interrogante.

El primero de los factores es la histórica fuerza de la familia, como institución, aunque cambiante y flexible, pero que sigue acogiendo a muchos europeos sean jóvenes, estudiantes, parados o directivos. La familia es una red de seguridad a la que gustosamente muchos ciudadanos se atan como forma de convivencia y de organización vital. Incluso, si están desempleados.

El segundo factor también tiene que ver con los valores. Muchos europeos ya no maximizan sus preferencias personales -según terminología utilitarista- situando el sueldo y las responsabilidades profesionales en primer lugar. Al contrario, en cada vez más ocasiones, hay empleados que renuncian a determinados estímulos económicos para tener mayor control de su propia vida y mejor gestión de su propio tiempo. Valores muy postmodernos, por cierto.

Por lo tanto, sin renunciar a las bondades de la movilidad, que las tiene, recomiendo a las autoridades políticas e institucionales relacionadas con la educación, la formación y el empleo, que se planteen estrategias alternativas al "mejor sueldo” y "mejor empleabilidad” para los miembros de familias con valores distintos a los que se impulsan desde las esferas tradicionales. Para muchas personas, formar parte activa de una comunidad, de un entorno social, cultural o natural, o tener más flexibilidad y capacidad de decisión autónoma, puede tener mucho más valor que una mejora en el currículo, un Audi A4 o un sueldo de película de yuppies de los 90.

Enric Renau
Editor
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