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El nuevo sistema educativo frente a la nueva universidad

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Ignacio Bellón González, Doctor en CC. Económicas y Empresariales / Director del Departamento de Dirección de Empresas, ESIC-Valencia
Recientemente se ha vuelto a escribir bastante sobre el anteproyecto de Ley Orgánica de la Educación (LOE). En este caso a raíz de un manifiesto firmado por más de dos mil escritores, académicos, rectores y profesores a favor de la enseñanza de las humanidades en la ESO (Educación Secundaria Obligatoria) y en Bachillerato. Debe reconocerse que la mayoría de los argumentos que ha suscitado este anteproyecto han sido críticos pero eso es natural, pues siempre sucede que quien está más motivado para debatir es aquél que ve imperfecciones.

En este caso vamos a evitar los temas sobre los que se ha polemizado e intentar el análisis de un aspecto que no suele aparecer en los debates. Así, desearía comenzar con esta observación: el importante salto que va a suponer para el alumno la entrada en el Bachillerato. Al combinar características de la derogada LOGSE (Ley Orgánica General del Sistema Educativo) con la actual LOCE (Ley Orgánica de Calidad de la Educación) la diferencia de exigencia será sensiblemente más apreciable. Veamos por qué.

En primer lugar, al eliminar los itinerarios en el segundo ciclo de la ESO y mantener Programas de Diversificación Curricular se posibilita una casuística formativa elevada, tanto en nivel como en variedad de materias. Este fenómeno no favorece un acceso adecuado y en condiciones equiparables a las modalidades de Bachillerato. Mientras que en el sistema actual, pospuesto, la existencia de itinerarios y pruebas de recuperación favorecían la orientación progresiva del alumno a dichas modalidades y su mayor exigencia, da la impresión de ser un sistema más coherente en el sentido de que los centros tendrían más posibilidades de ofrecer las materias, habría más uniformidad en la enseñanza, se favorecería la movilidad entre centros y se reduciría la tendencia de lo que algunos denominan una "ESO a la carta”.

En segundo lugar, la eliminación de las pruebas extraordinarias y el aumento de las asignaturas no superadas permisible para promocionar al siguiente curso en la ESO probablemente dificultarán la preparación del alumno para el nivel de exigencia que supondrá el Bachillerato.

Respecto a la organización de esta enseñanza preparatoria para las enseñanzas superiores se mantiene básicamente el sistema de promoción de la LOCE pero se aumenta el número de materias optativas en detrimento de algunas troncales apareciendo una nueva, Educación para la Ciudadanía. Asimismo, parece que la oferta dependerá en mayor medida que en el actual sistema LOCE de lo que dispongan las Comunidades Autónomas y los centros, al igual que en la ESO. El resultado sería una disparidad formativa claramente más elevada en los alumnos que terminan el Bachillerato.

Si dichos alumnos se orientarán en gran medida a la Universidad resulta importante tener en cuenta esta menor uniformidad formativa. La LOCE establecía que la Prueba General de Bachillerato sería fijada principalmente por el Gobierno. Supuestamente, el motivo era forzar una mínima uniformidad en la evaluación y, por tanto, en la formación del alumno a lo largo del territorio nacional. Dado que, como hemos visto, el anteproyecto de la LOE no parece ir por este camino la deducción lógica sería que va a ser más difícil una evaluación equitativa. Si bien la LOCE concretaba poco cómo sería en la práctica esta prueba general, a la espera de los correspondientes reglamentos, el anteproyecto tampoco concreta más cómo va a ser la prueba de acceso a la universidad. De hecho, aparece incluso un poco más ambigua: será establecida por el gobierno en función de las modalidades seguidas en el Bachillerato y las vías que pueden seguir los alumnos (artículo 38.3). Al leer este artículo se podría colegir que en cierto sentido sí se prevén las disparidades que hemos apuntado.

A lo largo de las líneas previas hemos insistido en variables como disparidad, variabilidad o movilidad en términos no precisamente elogiosos, sino de riesgo. Pero ello no es debido a una mejor opinión del sistema LOCE. La cuestión no debe ir en función del pasado sino de los cambios que están teniendo lugar en el grueso de las enseñanzas superiores. La pregunta clave sería: en el futuro Espacio Europeo de Educación Superior (EEES) ¿va a ser necesaria más o menos disparidad en calidad y variedad formativa? En mi opinión los acontecimientos apuntan a que la respuesta será "menos”.

Efectivamente, teniendo en cuenta la tendencia actual de convergencia en las titulaciones universitarias de grado y postgrado impulsada por los Acuerdos de Bolonia resulta que los cambios introducidos antes de la etapa universitaria parecen ir en dirección contraria. Estos dificultarán la adecuación del alumno a un sistema universitario más uniforme, competitivo (entre todos los alumnos de la UE) y exigente en el trabajo constante (la metodología será más parecida a la anglosajona que a la española). La consecuencia más clara será que las posibilidades de movilidad geográfica exitosa de los alumnos se resentirán. Y, con todo, la situación actual no es halagüeña puesto que nuestros alumnos de Secundaria aparecen reiteradamente en los últimos puestos de los test europeos sobre las materias troncales comunes. En este contexto, favorecer más horas de asignaturas optativas en detrimento de las troncales no parece que vaya a invertir la situación.

En definitiva deberían tenerse muy en cuenta las exigencias en cantidad y calidad de la formación preuniversitaria puesto que éstas van a determinar la integración de nuestros alumnos en el EEES. La razón es obvia: en la mayoría de los casos el bachillerato es una preparación para la Enseñanza Superior, de forma que a ella se debe. La sugerencia sería intentar reducir los pasos traumáticos de la ESO al Bachillerato y de éste a las enseñanzas que vengan después. De esta forma el alumno se "entrenaría” poco a poco y mejoraría su competitividad respecto a los demás alumnos de la Unión Europea.
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