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Ruso sin esfuerzo y chino de bolsillo
Artículo de opinión
Aprender una lengua extranjera, sobre todo si no es por iniciativa propia, puede convertirse en una odisea. En los últimos años, los idiomas se han colado en los currículums de los aspirantes hasta conseguir su propia sección. El inglés, el francés, el alemán o el italiano constituyen hoy, junto con los conocimientos de informática, un elemento esencial de la formación adicional necesaria para acceder a una gran variedad de puestos de trabajo.
Sin embargo, las lenguas extranjeras han llegado, están ahí, firmes, y quien más, quien menos, se ve obligado a lidiar con ellas. Para desdicha de quienes que dicen "no tener facilidad para los idiomas”, ahora además se abren nuevos horizontes. El ruso, el árabe, el chino y otras lenguas que hasta ahora suscitaban el interés de tan solo unos pocos, generan gradualmente más demanda. Han contribuido principalmente a este fenómeno la globalización y la apertura de nuevos mercados, con el consiguiente aumento del interés comercial de las empresas por nuevas áreas y opciones de negocio alternativas. Además, se aducen otras razones, como por ejemplo las migraciones internacionales, el fomento de los intercambios de estudiantes, la facilidad para viajar, en resumen, la atracción por conocer más exhaustivamente otros países, otras culturas y formas de vida, otras lenguas.
Paradójicamente, en medio de esta situación comunicativa en la que cada vez más lenguas tienen algo que decir, ha surgido una nueva idea que se fundamenta en la utilización de una lengua hegemónica como herramienta de comunicación global. Aunque resulta evidente que el inglés ha ido adquiriendo méritos hasta imponerse como idioma universal en las relaciones internacionales, se alzan voces que reivindican la necesidad de que ese puesto lo ocupe una lengua neutral, desligada de intereses nacionales. Este podría ser el caso del esperanto, una lengua diseñada para facilitar la comunicación entre gentes de diversos orígenes y superar las barreras lingüísticas, y que se caracteriza por su sencillez gramatical.
Probablemente, la diversidad lingüística, la reivindicación de las lenguas minoritarias y ese interés creciente por lenguas complejas, hasta ahora más ignoradas, no es incompatible con la comodidad de disponer de una lengua universal para la comunicación global. Si bien estos dos fenómenos coincidentes en el tiempo conviven sin que haya mayor problema, la enseñanza de estas lenguas de demanda creciente sí plantea algunas dificultades. Así, encontramos que los métodos de enseñanza tradicionales utilizados para lenguas como el inglés, el francés o el alemán ya no son válidos. Nos adentramos por ejemplo en las lenguas orientales como el chino, que no utiliza el alfabeto latino sino que está basado en ideogramas que tienen significados diferentes según se utilicen con uno u otro tono; el ruso, que tiene una fonética y grafía distintas a la del castellano; o el árabe, cuya dificultad radica en un léxico, morfología y sintaxis sustancialmente diferentes a los del castellano, y en el que no existen las vocales tal como se las escribe en occidente, sino como sonidos auxiliares.
En vista de estas diferencias, resulta lógico que los métodos de enseñanza necesiten una adaptación a esta nueva realidad. No faltarán métodos, autoaprendizajes, y avanzados recursos didácticos que se promocionen como infalibles para aprender estas lenguas. "Aprenda árabe sin esfuerzo”, "ruso en dos semanas”, "¡adquiera ya la nueva edición de chino de bolsillo!” En esta carrera por saber cuantos más idiomas mejor e, indiscutiblemente, cuanto antes mejor, que el tiempo apremia, solo cabe recordar que el tiempo y la constancia son las mejores técnicas de enseñanza. Y que un método útil es aquel que tiene en cuenta y saca partido a las diferencias y similitudes entre la lengua materna del estudiante y la lengua que se desea aprender.
La utilidad de estas lenguas complejas o la necesidad de aprenderlas se irá definiendo poco a poco. Sin duda, representan una herramienta más que abrirá puertas a aquellos que las conozcan. Pero, sobre todo constituyen un elemento de diversidad lingüística que, como toda diversidad, viene a enriquecernos si la acogemos como algo positivo.
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