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El prestigio de los docentes
Editorial
El pasado 5 de octubre se celebró el Día Mundial de los Docentes y pensé que tuvo muy poca repercusión pública.El oficio de docente no está de moda. Tampoco es el objetivo de esta profesión el ser notorio, pero algo esconde el hecho que este Día haya pasado prácticamente desapercibido.
A mi parecer, la indiscutible pérdida de prestigio de esta profesión tiene causas endógenas y exógenas.
Entre las causas endógenas destacaría el proceso de selección universitaria, que ha facilitado el acceso a los estudios de magisterio y a la profesión docente a muchas personas cuya única vocación era la de poseer un diploma universitario y no la función de educar, sin exigir un nivel de calidad suficiente respecto a determinadas competencias específicas y profesionales. También hablaría del elemento generacional. Una generación que pasó de una incorporación en masa en los años 70-80 con altas dosis de ilusión, a un proceso gradual de estancamiento y de desgaste, en parte propios de la edad y también de algunos de los factores externos que ahora mencionaré.
Las causas exógenas son muy relevantes. Por un lado, el proceso de funcionarización de la profesión y una legislación poco estimuladora de la creatividad, innovación y asunción de responsabilidades por parte de los docentes, ha hecho mucho daño. De ello no sólo son responsables las distintas administraciones competentes y sus políticos adscritos, sino también los sindicatos cuyo objetivo ha priorizado la seguridad laboral y la defensa corporativa.
La sociedad también tiene su cuota de responsabilidad. La mercantilización de las relaciones sociales ha llevado a considerar a los docentes como unos empleados-subcontratados a los que, los ciudadanos-clientes les pueden-deben exigir unos resultados a su medida. La mezcla de este concepto con el desconocimiento del trabajo realizado por los maestros y la complejidad creciente de la gestión del tiempo de las familias ha convergido en la percepción que son los profesores los que deberían complementar aquellos aspectos de educación cívica que las madres y padres no han podido realizar.
Por lo tanto, si queremos transformar esta situación, mi recomendación es que trabajemos desde dentro y desde fuera. Que empecemos siendo exigentes en las universidades y en los procesos de selección para ejercer la profesión. Que renovemos a todo el personal que no se sienta estimulado para un proceso de transformación, de mejora, de innovación. Que modifiquemos y, sobretodo, apliquemos una legislación que favorezca la asunción de responsabilidades y la autonomía de gestión en los centros, que prime al que más se esfuerce y al que más aporte y no al que lleva más años.
Y que se conciencie y se informe a la población de forma adecuada e intensa del inmenso trabajo que muchísimos hombres y mujeres están haciendo con nuestros hijos e hijas, para convertirlos en personas y ciudadanos, instruirlos adecuadamente y enseñarles a aprender a lo largo de su vida.
El día que se consiga parte de todo ésto, la profesión docente recuperará su prestigio.
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