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Valores, infancia y sociedad

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Edita Olaizola, Socia Directora Ecosistema Interno de People Plus! Profit; Coordinadora de la Comisión de Responsabilidad Social Corporativa de Aedipe Catalunya
La Compañía de teatro Els Joglars tiene actualmente en cartel la obra "VIP", una inteligente denuncia de la actitud sobreprotectora que se tiene generalmente con los niños en nuestra sociedad actual. El hecho de que una compañía consolidada decida diseñar una obra sobre esta temática, y que además tenga un éxito rotundo, invita a pensar por qué es un tema candente.
 
La educación es fundamental. Actualmente vivimos en una sociedad en la que, en general, se tiende a mimar a los jóvenes y a proveerles de todo cuanto puedan no ya necesitar, sino anhelar. Desde mi punto de vista es un error porque se les priva del dolor.
 
El dolor es básico para reconocer y apreciar la felicidad, igual que no se puede apreciar la luz si no se conoce la oscuridad, o el silencio si no se conoce el ruido. Los niños y los jóvenes tendrían que estar expuestos a cierto nivel de carencias -  controladas, claro - para estimular sus capacidades de marcarse objetivos, utilizar sus recursos, ir un poco más allá… Todos los animales no humanos tienen esto muy claro cuando crían a sus cachorros, pero nosotros lo hemos ido olvidando a medida que la sociedad presta más y más bienestar, y les evitamos hasta la más nimia dificultad, cuya superación fortalece y prepara. 
 
Yo voto por una educación en la que se propicie que los jóvenes tengan que esforzarse, cooperar, descubrir y ser proactivos. Y todo ello sin olvidar trasmitir también la esencia de nuestras raíces culturales, cosa postergada en estos momentos y que sin embargo ayuda mucho a entender de dónde venimos. A mí personalmente me entristece contemplar a una persona joven que no entiende nada en un museo porque no sabe nada de nuestro pasado: religión, arte, diversas civilizaciones, leyendas, mitologías … Si no sabe cuántos tesoros tiene consigo, ¿desde dónde va a comenzar a construirse?  De acuerdo con Jung, conocer algo de nuestro inconsciente colectivo nos ayuda a comprendernos y a superarnos.
 
Y volviendo a la felicidad, pienso que en esta sociedad consumista se dan por buenos dos posicionamientos intrínsecamente perversos: uno es "ser feliz", confundiendo los verbos "ser" y "estar", como les pasa a los americanos cuando estudian nuestro idioma. Desde mi punto de vista no es posible "ser" feliz, sí "estar feliz".
 
La felicidad es algo que se siente de vez en cuando y ayuda a recobrar fuerzas y a sentirse bien consigo y con los demás, no es un estado permanente, sino, en el sentido aristotélico, algo a lo que aspiramos las personas; es decir, hablamos de un tránsito hacia el ideal, no una posición conquistada. Si damos por supuesto que hemos de "ser" felices no debemos extrañarnos de que tantas personas se sientan desgraciadas.
 
El segundo planteamiento perverso, y que está directamente relacionado con el primero, es el de "tener derecho". Hablamos constantemente de nuestros derechos. Es cierto que gracias al reconocimiento de los derechos fundamentales la sociedad ha ido avanzando y que es necesario reconocerlos y afianzarlos para desterrar los tremendos abusos que se cometen sobre quienes no pueden defenderse. No estoy hablando de eso.  Lo que quiero resaltar ahora es que si una persona está convencida de que "tiene derecho" inmediatamente se coloca en la posición de exigir: es el otro quien tiene el deber de satisfacer su demanda.
 
Es decir, toda la responsabilidad sobre su propio bienestar recae en un tercero. Es la mejor fórmula que conozco para instalarse en la frustración. ¿Quiénes son los responsables de proveerme? Los padres, los maestros, los políticos, la sociedad en su conjunto… y aquí estoy yo, exigiendo mis derechos, lamentándome de los pobres resultados conseguidos y sintiéndome infeliz.
 
Me gustaría, por tanto, que se educara a la juventud estimulando su afán de logro y celebrando sus triunfos, ayudándoles a comprender la importancia de marcarse objetivos y aplicar los esfuerzos correspondientes para conseguirlos. Es casi seguro que entonces no exigirían tanto a los demás y un poco más a sí mismos, consiguiendo a la vez que vivieran más frecuentemente la sensación de felicidad.
 
En el ámbito de las empresas también se aplica con éxito este enfoque: las personas inmersas en un clima laboral en el que se prima y reconoce el esfuerzo son más felices,
hacen más felices a los demás y además son más productivas, fomentando un círculo virtuoso que nos conviene a todos como sociedad.
 
Y también es frecuente ver que personas que aún no han tenido oportunidad de incorporar estos valores de autorresponsabilidad, perseverancia, compromiso, etc., tienen más dificultades para integrarse en equipos de trabajo excelentes, lo que supone que tanto la persona como la propia organización han de aplicar recursos extra (tiempo, formación, recursos varios) para conseguir los objetivos. De donde se desprende que cuando los padres tienen herramientas suficientes para educar a sus hijos en valores toda la sociedad, y por tanto también la empresa, se beneficia de sus desvelos.
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