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El viaje de "Ella" hacia el burnout

Artículo de opinión

  • 25/03/2010

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José Manuel Otero López. Profesor Titular del Departamento de Psicología Clínica y Psicobiología de la Facultad de Psicología de la Universidad de Santiago de Compostela y coordinador del libro ?Estrés laboral y burnout en profesores de enseñanza sec
"…Ella siempre había creído que la enseñanza era su vocación. Ser profesora le brindaría la oportunidad de dar a su vida unidad, coherencia y propósito. Le gustaban las personas y reivindicaba un mundo más solidario y humano. Confiaba en poder influir positivamente en la vida de sus alumnos, transmitirles conocimientos, orientar su trabajo académico, servir de ayuda. El poder, para Ella, era un privilegio. Estudió con ahínco durante muchos años con el firme propósito de que tan ansiado sueño se convirtiese en realidad. Su clase, sus chicos, unas vidas que enriquecer… les ayudaría a conocerse, a sortear los obstáculos académicos, a mejorar su autoestima, a descubrir su presente y sus potencialidades para asegurarles un futuro mejor… ¡había tanto optimismo!. Sus ilusiones eran convertirse en esa profesora especial, aquella de la que los chicos hablarían después de dejar el colegio, aquella que recordarían con especial cariño, la que les habría dejado una profunda huella en sus vidas; incluso pensaba que, probablemente, alguno le mandaría una postal por navidad o le llamaría para contarle como le iba en la vida.

Sus primeros años en la docencia fueron de gran entusiasmo y dedicación. Se encontró con muchos obstáculos no previstos. Nada era como lo imaginaba (la clase, los problemas de disciplina, los alumnos con necesidades especiales, la falta de motivación, demasiadas interrupciones,…), pero se sentía capaz. Ella podría ser la mejor profesora del centro, la más querida, participaría de las alegrías y de las angustias de sus alumnos, ganaría sus corazones. Se pasaba el tiempo libre preparando clases, individualizando tareas, planificando actividades, asistiendo a cursos, estudiando técnicas de motivación de los alumnos, comentando con sus compañeros las necesidades de sus chicos, demandando cambios al director,… Poco a poco, los alumnos comenzaron a ocuparle mucho "espacio psicológico": sólo pensaba en ellos porque su esfuerzo no parecía dar los resultados deseados; toda suerte de pensamientos obsesivos parecieron instalarse en su cabeza: qué es lo que está fallando, por qué mis alumnos no valoran mi esfuerzo, acaso no sé motivarles, me faltará destreza en cómo llevar la clase. Llegar a los alumnos, a sus vidas, a sus porqués se convirtió en el nuevo reto. Se esforzó más y más. Intentó ayudar y hacerse colega del rebelde de la cuarta fila, del que se pasa la clase riendo, del tímido de la segunda fila, del que siempre arma bronca con sus compañeros, de aquél que siempre está ausente y con mirada perdida, del que sabe la respuesta pero nunca levanta la mano,… de todos y cada uno. Los resultados no fueron los esperados. Algunos chicos no querían un colega, tampoco una profesora (le manifestaron sin rubor que estaban allí porque les obligaban), otros mostraron una actitud de extrañeza de difícil interpretación a juicio de la docente, en otros casos la actitud fue más comprensiva. Es necesario seguir luchando: me implicaré más, todo cambiará. Pasó el tiempo y pasaron más cosas: se sintió traicionada cuando algún alumno confundió su ofrecimiento de amistad como un signo de debilidad, se sintió desilusionada cuando comprobó que cada vez le era más difícil mantener el control de la clase, se sintió frustrada cuando fue consciente de que sus objetivos idealistas no podían desmoronarse de esta manera.

Se sintió muchas otras veces mal. Cuando el director, el jefe de departamento, sus compañeros parecían evitarla (quizás por sus reiteradas quejas, quizás por sus alegrías por cualquier pequeño logro, quizás porque veían las cosas de otro modo, quizás por envidia, quizás porque no les importaban los demás, quizás porque estaban cansados de escuchar siempre lo mismo,…). Cuando intervenía en las reuniones y nadie parecía prestarle atención. Cuando tenía un montón de enredos burocráticos a los que atender. Cuando perdía tanto tiempo en reuniones. Cuando tenía que hablar con los padres (nadie le había preparado para eso). Las tareas a las que atender le resultaban abrumadoras y sus esfuerzos inútiles. Las "quemaduras" (entiéndase síntomas de burn-out) de primer grado comenzaron a aparecer: cada vez estaba más irritable, más preocupada, más frustrada.

Con el paso de los años las cosas no mejoraron. Las exigencias de la enseñanza se tornaron más extenuantes (se veía sin energía, no podía más), los padres más exigentes, los colegas más distantes, los alumnos más rebeldes. Los sentimientos humanitarios se fueron desvaneciendo, las necesidades de los otros ya no desplazaban a las propias (antes yo, después el otro), los alumnos antes víctimas inocentes ahora son percibidos como consentidos y malcriados. Los síntomas de quemaduras de segundo grado comienzan a manifestarse: cansancio, cinismo, preocupación por uno mismo, fluctuaciones en el estado anímico. La carrera hacia el "queme laboral", si no hay quién lo impida (apoyo social, estrategias de afrontamiento eficaces,…), continúa. La toma de conciencia del sinsentido de su lucha puesto que nada cambia (el trabajo ha perdido su sentido primigenio), la recurrente tentación de dejarlo todo (la idea de pasar la vida en el aula se le hace insoportable), su búsqueda de "días de salud" (absentismo, petición de bajas,…), la nómina como motivación fundamental para trabajar, son algunos de los ingredientes de su experiencia de queme laboral. Las quemaduras, ahora de tercer grado (problemas psicológicos y físicos –pérdida de autoestima, aislamiento social, dolores de cabeza, problemas digestivos–, y un largo etcétera), son mucho más difíciles de tratar". (Un posible final: años más tarde, Ella, abandona su profesión).

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